“Y si deseamos el remedio de tantas calamidades, sólo podemos alcanzarle por mano de esta poderosa Reina”.
Mística ciudad de Dios. María de Jesús de Ágreda.
Mística ciudad de Dios. María de Jesús de Ágreda.
Desde luego que María ha velado desde siempre por sus hijos, por nosotros, por todos y cada uno. María, la Madre de Dios, está muy al tanto de lo que nos pasa, de lo que necesitamos. Ella es mujer y está en todo. Es mujer y no para. ¡Cómo va a estarse quieta! ¡Cómo va a dejarnos perdidos en las musarañas de la tibieza! A María no se le escapa un detalle. Quiere lo que quiere Dios para nosotros: la santidad. Es decir, que seamos felices haciendo felices a los demás, que estemos alegres porque el fundamento de nuestras vidas sea el amor de Dios. María quiere, ama, intercede. A María le tenemos ganado su Inmaculado Corazón. Somos sus hijos, y le duele un horror que perdamos la paz, que nos acostumbremos al pecado, que no demos importancia al alma. María, abogada nuestra, consuelo de los afligidos, Reina de la Paz. María llora. Es Madre. Sufre con nuestro sufrimiento. Sufre porque despreciamos la gracia, porque trivializamos los sacramentos, porque rezamos poco y de mala manera, porque apenas mortificamos nuestros apetitos, porque no queremos comprometernos del todo con la voluntad de Dios. Nos parece demasiado, nos parece exagerado. Sufre María por un mundo al que Satanás lleva en volandas, engañado en mil placeres que no duran nada, que sólo son una tremenda angustia. María llora. Su sensibilidad de mujer y Madre sabe perfectamente de nuestra debilidad. Necesitamos con urgencia la fortaleza y la misericordia y la gracia de Dios. Y María es el cauce. Por eso el Señor nos la dio como Madre en la Cruz. Solos no podemos, no sabemos. Y nos rebelamos constantemente. O simplemente nos acomodamos.
María es nuestra Madre y es nuestra Reina. Y María es el Pilar de nuestra fe. Con Ella podemos. Su ternura no desfallece. Satanás la odia. Porque María es la Puerta del Cielo, porque Satanás sabe que la Pureza de María, Su humildad y Su amor le derrota una y otra vez. Ella, María, Hija, Madre y Esposa de Dios, siempre ha estado pendiente de nosotros. Es el atajo hacia Dios. Y desde el primer momento, Ella intercedía. Con los apóstoles, con los primeros cristianos. A ella acudían cuando no podían más, cuando no sabían muy bien qué hacer... Y lo mismo hoy, ahora, en pleno siglo XXI. María está con nosotros. Sigue con nosotros. Es Madre nuestra. Es Madre de todos los hombres. Santiago lo supo muy bien. María estaba preocupada. Santiago el Mayor salió de Jafa. El año 35, según lo narra la venerable María de Jesús de Ágreda en su inspirado libro Mística ciudad de Dios (Vida de la Virgen María). Y haciendo una breve escala en Cerdeña, siguió hacia España, la Hispania de entonces. Atracó en Cartagena, y siguiendo al Espíritu Santo, fue hasta Granada -donde tanto él como sus discípulos estuvieron a punto de morir por su fe, de no ser por la intercesión de María-; y recorrió algunos lugares de Andalucía y Portugal y Galicia. Estuvo en Toledo, la Rioja y Tudela, hasta dar en Zaragoza, donde a no tardar llegó María en carne mortal para fortalecer a sus hijos en la fe. Según cuenta María de Jesús de Ágreda la Virgen tenía entonces 54 años de edad. Y antes de subir al Cielo en cuerpo y alma, Santiago le construyó el primer templo: el Pilar. Leo en Mística ciudad de Dios: “Magnifica y engrandece al Altísimo por el favor que hizo a mi siervo Jacobo en Zaragoza y por el templo que allí me edificó antes de mi tránsito y todo lo que de esta maravilla te he manifestado, y porque aquel templo fue el primero de la ley evangélica y de sumo agrado para la beatísima Trinidad”.
María. Madre, Reina y Pilar. Pilar que sustenta, que nos sustenta. Pilar que es referencia, que es fortaleza. Nuestra referencia, nuestra fortaleza. Pilar que es faro de esperanza. El Pilar de la familia cristiana y de la humanidad entera. Pilar de bautizados y de no bautizados. Pilar al que nos abrazamos todos. Raíz, cimiento. Refugio de los pecadores, de nosotros, de cada uno. Virgen del Pilar. Madre. ¿Quién no necesita ayuda? ¿Quién no necesita amor? ¿Quién no quiere ser feliz por encima de lo fugaz y superficial? María es esa ayuda, ese amor. María es el camino hacia Dios. Reina y Madre, Pilar bendito. Santa Ana Catalina Emmerich dice en La amarga Pasión de Cristo: “(…) una vez vi que la Santísima Virgen se apareció de pie sobre una columna al apóstol Santiago el Mayor que la rezaba en un aprieto delante de Zaragoza, mientras yo la veía al mismo tiempo en su cuarto de Éfeso, arrobada en oración, rogando por Santiago y corriendo hacia él espiritualmente. Que la Virgen se apareciese encima de un pilar es porque él la llamaba en su auxilio como un apoyo, como una columna de la Iglesia en la Tierra, y en consecuencia ella se conmovió al ver tales cosas con los ojos del alma, pues una columna es una columna y se aparece como una columna”. Por un igual viene a nuestro encuentro.
La devoción a María es crucial en la historia de la Iglesia (en la historia de la Salvación) y en la vida cotidiana de un cristiano. Ella nos va acercando a Dios y nos asiste, hace que el alma -si somos humildes- vaya adquiriendo una sensibilidad mayor en lo espiritual, una caridad más perfecta. María, como Madre, cuando nos apartamos de Dios, no desespera de nuestra conversión, no tira la toalla. E intercede, intercede ante la Misericordia de Dios. Una de esas manifestaciones de su cariño maternal -la más explícita desde luego- son las apariciones, su constante presencia entre nosotros. Apariciones privadas (¡a tantas personas!) o universales (Lourdes, Fátima o Medjugorje). Todo por la salvación de las almas. Sus mensajes se repiten: la urgente necesidad de oración y ayuno, del rezo del Rosario con el corazón, de la confesión y de la Eucaristía, de la meditación y lectura de la Biblia. Dios quiere, pero nosotros nos empeñamos en no hacer caso. Por eso María insiste, con sobrenatural pedagogía. De ello depende la salvación eterna del alma, de las almas, y el ciento por uno de nuestra felicidad en la tierra. Satanás se ocupa de que parezca poco razonable esto de las apariciones marianas y de adquirir una cada vez más consciente vida de piedad, se ocupa de trivializar lo espiritual (aunque fomenta todo tipo de espiritismo y esoterismo). El hombre está lejos de Dios por una innumerable superposición de mentiras. La primera que eso del diablo es una bobada producto de imaginaciones calenturientas, y la segunda que el pecado no existe, y tampoco el infierno o el purgatorio. El padre de toda mentira otra cosa no, pero sabe bien su oficio. ¿Resultado? Tristeza, amargura, inmoralidad, violencia familiar, guerra, abortos... La vida parece un sinsentido. Y es que sin Dios todo se vuelve del revés. María, nuestra Madre, es el último refugio que nos queda.