La “dictadura del relativismo” –concepto felizmente acuñado por Benedicto XVI- no pretende sólo diluir el concepto de bien y de mal, de modo que cada persona pueda hacerse una ética a su medida. Es “dictadura” precisamente porque va más allá de eso y busca reprimir, acosar, prohibir el ejercicio de prácticas basadas en un concepto objetivo de la vida –y, por lo tanto, de la moral- e incluso aspira a que ni siquiera puedan expresarse los que opinan que la realidad existe.

Estos nuevos dictadores no se conforman con que existan leyes que permitan el aborto mediante el concepto jurídico de la despenalización. Quieren –y en España lo han conseguido ya- que matar al inocente sea un derecho. Pero ni siquiera eso satisface su intolerancia y ahora pretenden lograr que se prohíba la objeción de conciencia. Mañana, seguramente, querrán que el aborto –al menos en determinados casos- sea obligatorio.

Al frente de esta vorágine represora está, en Europa, el Partido Socialista. Como no pueden seguir empuñando la bandera de la defensa de los trabajadores, se han convertido en un Partido radical que se identifica con la destrucción de los conceptos objetivos de la vida humana y de la familia. El Parlamento Europeo ha frenado, afortunadamente, sus ansias dictatoriales y ha rechazado el proyecto de recomendación que los socialistas pretendían aprobar y que implicaría que se limitara notablemente la objeción de conciencia. Gracias a Dios –y también al Partido Popular europeo, pues es justo reconocer que se han opuesto abiertamente a los socialistas-, los que defendemos que la verdad existe hemos ganado una batalla. A la vez, se ha hecho aún más evidente la razón que tiene la ex senadora socialista por Cataluña, Mercedes Aroz, cuando afirma que socialismo y cristianismo son incompatibles. Desde luego este socialismo sí. Y es una pena.