Yo no quiero aprender a envejecer porque basta con escuchar atenta y alegremente a la naturaleza.
Yo quiero dejar entrar al hombre viejo, con sus limitaciones, su humildad y su experiencia.
Yo quiero, por fin, disfrutar mucho tiempo con mi mujer, mis hijos y mis nietos. El Juicio no será por mis logros profesionales, ni me preguntarán por mi cuenta de resultados.
Y ¿qué nos dice la naturaleza? Nos dice que las venas y las arterias, con la edad, pierden flexibilidad, y es normal tener la tensión arterial un poco alta.
También nos dice que, en general, los análisis de sangre no pueden salir como cuando se tienen 30 años.
Nos dice que estamos más cerca de sufrir enfermedades que de no sufrirlas. Y más cerca del Cielo que de la tierra. Afortunadamente.
Nos asegura que medicalizar la vida afectiva y sexual va contra la propia naturaleza y la propia salud del alma y del cuerpo.
Nos explica que perdemos reflejos y ganamos en profundidad de pensamiento.
Que podemos pasear en lugar de correr o hacer deporte: el deporte no es para viejos.
(Ahí tienen a los monjes, que suelen vivir 90 o 100 años y no hacen deporte, ni excesivo caso a los médicos: ayunan, duermen poco, etc).
Y hablando de Dios, también Él nos susurra que se ha iniciado la poda, la purificación de cuerpo y alma, y que nos quita todo lo que nos sobra para llegar a la Vida Eterna. Cosa que debemos aceptar con la paz de la tinaja en manos del alfarero.
Envejecer es devolver al buen Dios, poco a poco, todo lo que nos ha dado. Con serenidad y espíritu gozoso.
Envejecer es dar más importancia a la confesión y a la unción de los enfermos que a la curación de un cáncer, por ejemplo.
Envejecer es aceptar ese cáncer como expiación de nuestros pecados y de los del mundo entero.
Envejecer es perder -¡ya era hora!- todas las corazas de nuestro “yo”, esa cosa tan molesta, entrometida y tiránica.
Envejecer sin perder facultades, como Tiziano, san Alfonso María de Ligorio, abba Poimén, don Leopoldo Abadía o Clint Eastwood, es un grandísimo regalo del buen Dios, sin mérito alguno por parte de ellos. Regalo que, estoy seguro, agradecen cada hora del día.
Envejecer es saber permanecer solo e inactivo sin perder la paz.
Envejecer es tener la inteligencia de no luchar a brazo partido contra el tiempo y la muerte, para acabar convirtiéndonos en cadáveres cosméticos y ridículos.
Envejecer es, sin duda, aprender a morir. Preparase para el Gran Encuentro, para el Anhelado Abrazo Eterno con Jesús.
Esto es lo que hay que aprender. Y esto necesita tiempo y oración. Mucha oración.
Pero de poco le servirá si tiene usted la desgracia de padecer hiperactivismo.
Paz y Bien.