Desde hace años, en España existen dos tipos de nacionalismos, uno de derechas y otro de izquierdas; en el País Vasco ambos grupos se identificarían con el PNV y HB y en Cataluña con CiU y Esquerra; sin embargo, el secularismo radical que nos azota ha hecho que el nacionalismo conservador haya abandonado buena parte de sus raíces católicas, que le moderaban –así, por ejemplo, el PNV ha sido el apoyo imprescindible que necesitaba el PSOE para aprobar la nueva ley del aborto-, mientras que el de izquierdas se ha ido haciendo cada vez más radical y antieclesial. Por eso, aunque con matices, hoy se puede hablar de la existencia de un único nacionalismo, al que habría que tipificar de “nacional-progresismo”, que albergaría en su seno dos corrientes, una más moderada y otra más dura, pero que en muchas cosas coinciden plenamente.
El carácter pagano del nacionalismo exacerbado –no hay que confundir el paganismo con el ateísmo, puesto que el ateo no cree en Dios y el nacionalista exacerbado ha hecho de la patria su dios-, debería haber alejado de su militancia a los católicos y singularmente a los sacerdotes. No ha sido así. Debido a que se ha presentado –casi copiando a Hitler al pie de la letra- como un “nacional-progresismo”-, ha atraído tanto a aquellos que se identificaban con la defensa de la “patria vasca” o de la “patria catalana”, como a aquellos que se preocupaban por los problemas sociales. Monseñor Setién, durante su gobierno de la Diócesis de San Sebastián, logró unir ambas corrientes nacionalistas –la de izquierdas y la de derechas-, dejando marginados a los que no comulgaban ni con una ni con otra –el actual obispo de San Sebastián, monseñor Munilla, fue uno de esos “marginados”-. Logró también que muchos obispos españoles le apoyaran, no sólo en la Conferencia Episcopal sino en Roma, debido a que comulgaban con el talante progresista del entonces prelado guipuzcoano.
El enfrentamiento ahora de un grupo de clérigos y laicos de Bilbao y San Sebastián con sus respectivos obispos se entiende sólo desde los presupuestos anteriores. Tanto Munilla como Iceta, quieren, simplemente, restaurar la fe católica, sin adherencias paganas ni marxistas. Por supuesto que se puede ser nacionalista, pero sin poner a la patria, a ninguna patria, en el lugar de Dios, y sin justificar el uso de la violencia para, supuestamente, defenderla. Que esos curas y laicos se enfrenten a sus obispos indica dos cosas: cómo son los que critican y que los obispos van por buen camino.