El otoño es para mí tiempo de introspección, en el que continúo interiormente el viaje exterior que comencé en verano. En verano nos llenamos de experiencias nuevas, que ahora es buen momento de ir sedimentando, así como dar forma a las buenas ideas, deseos, intuiciones que muchas veces surgen de nuestra alma especialmente libre en los meses del calor. Además hay una riqueza particular en el inicio del otoño. Desde la temperatura y la brisa que lo caracterizan en sus principios hasta el progresivo recogimiento al que nos invita el tiempo cada vez más frío. Por mi parte, visiono este otoño lleno de frutos, de lecturas enriquecedoras, nuevos proyectos, crecimiento personal e interpersonal, una mayor conciencia de mí misma y acciones que concreten este despliegue y crecimiento. Una primera acción es la que os cuento a continuación.
Desde hace unos meses me ha venido con intensidad el deseo, ya ineludible, de iniciar el día en contacto con Dios, y poner los medios para ello. Despertarme a la hora que quiero, antes de las múltiples obligaciones que me esperan enseguida, y que he escogido; en definitiva, despertarme antes para ser dueña de mi día, y sobre todo, para que se adueñe de él no una emoción mal encauzada, o cualquier pensamiento negativo, el cansancio o el despertador, sino quien quiero que lo posea, que es el Señor, quien me ha creado y a quien me siento bien correspondiéndole agradecida por tantos bienes recibidos, empezando por el de la vida. Iniciando el día de forma sencilla con Él y para Él me encuentro a mí misma en esencia, le encuentro a Él dentro de mí, y va iluminando las parcelas de mi personalidad, comunicándome por donde quiere que brille y qué es lo que tengo que limpiar. Todo ello unido a un intenso trabajo interior de crecer en una mayor conciencia de mí misma, sobre todo de mis pensamientos y emociones, para así dar lo mejor a los que me rodean.