La visita de Benedicto XVI al Reino Unido ha dado verdaderamente para mucho. Las palabras del Primer Ministro David Cameron recogidas por este diario me parecen un digno colofón a la misma y su mejor resumen:
“You have really challenged the whole country to sit up and think, and that can only be a good thing”(Vd. ha retado a todo el país a sentarse y pensar, y eso sólo puede ser bueno)”.
Junto a los grandes momentos entre los cuales el que acabo de citar, se han producido también, como era de esperar, multitud de “momentos chicos”, a uno de los cuales me voy a referir ahora. Lo relata el tabloide por excelencia de la prensa británica, The Sun, junto a todo lo que uno espera encontrar en un periódico de tales características, mucho David Beckam, mucha chica top en escasos ropajes. Pero el evento da para una pequeña reflexión y permite obtener sus conclusiones.
Ocurrió en la misa masiva oficiada por el Sumo Pontífice en el Bellahouston Park de Glasgow. Uno de los miembros del servicio de seguridad de la ceremonia, que, según aclara el diario, ya había protagonizado una sonora discusión con un compañero en un momento de silencio, dejó que sonara en su móvil, “como casualmente” pero de manera suficientemente estridente, en pleno discurso papal, una significada melodía británica conocida como "Sash", la cual es un cántico de guerra que conmemora la victoria del Rey Guillermo de Orange, protestante, sobre el Rey Jaime, católico, en la batalla del río Boyne, en Irlanda, en 1690. Sash, que se traduce como "fajín", hace referencia al fajín naranja que identifica a la conocida Orden de Orange (orange significa, como es bien sabido, naranja) que preconiza el unionismo, la ideología política partidaria del mantenimiento del Ulster en la Corona británica, no menos caracterizada por su anticatolicismo visceral.
Parece ser que el jefe del servicio de seguridad del evento, Frank Adams, tomó cartas en el asunto, y la cosa no pasó a mayores. Y aunque durante mucho tiempo se temió un incidente serio en plena ceremonia, de momento ni siquiera habrá represalias para el gamberro. “Hasta que no se conozcan todos los detalles no hay nada más que podamos hacer”, ha declarado el jefe del servicio.
En momentos en los que la mera amenaza de un pastor con poco más de un centenar de fieles en un lugar recóndito de los Estados Unidos de quemar unos coranes ha puesto la seguridad del entero mundo en peligro, o cuando un recóndito bar de carretera, o poco más, en algún lugar de la provincia de Murcia, se tiene que gastar 100.000 euros para cambiar su entera imagen porque se ha convertido en centro de las iras de unos islamistas fanáticos, y ello en un país mayoritariamente católico donde los bares que remedan ser iglesias y catedrales campan por sus respetos sin haber registrado nunca el menor problema, ¿se imaginan al machito éste valentón de Bellahouston haciendo una proeza semejante en una mezquita de cualquier lugar del mundo, sita aunque sea en un país no musulmán, no digamos en pleno Teherán o en la misma Meca?
¿Grandeza o miseria de nuestra civilización? Miseria de quien lo hace, por supuesto. Pero por parte de los que lo sufrimos, grandeza, no les quepa duda, grandeza “de la buena”, si me permiten decirlo así. Entre una sociedad en la que un gamberro como el valentón de Bellahouston sale de su felonía sin sufrir un rasguño y hasta en la más absoluta impunidad, como según todo parece apuntar ocurrirá, y otra en la que el gamberro se juega la vida con su gamberrada y hasta pone en jaque la seguridad mundial, soy de los que, sin duda, me quedo con la primera.
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