Pues sí, resulta que el año 2010 no es jubilar sólo en Santiago de Compostela, sino que sin necesidad ni de salir de España, hay otra ciudad, en este caso murciana, Caracava de la Cruz, en la que cualquier cristiano puede ganar el jubileo.
 
            El privilegio de celebrar un año jubilar permanente, es un privilegio que la pequeña ciudad de Caravaca, de poco más de 25.000 habitantes, sólo comparte con otras cuatro en todo el mundo, de las cuales dos, como Caravaca, españolas: hablamos de Roma, Jerusalén, Santiago de Compostela y Santo Toribio de Liébana.
 
            Caravaca es, de las cinco ciudades, la última en incorporarse a tan restringido club, cosa que hizo en 1998 mediante el Decreto de concesión del Año Santo “In perpetuum” emitido por la Penitenciaría Apostólica de la Santa Sede, que reza como sigue:
 
            “La Penitenciaría apostólica, por mandato del Sumo Pontífice, gustosamente concede al poder conseguir indulgencia plenaria con sentimientos de contricción perfecta y bajo las condiciones usuales (confesión sacramental, comunión eucarística y orar por las intenciones del Sumo Pontífice) por los fieles cristianos que participen devotamente en cualquier celebración en el Santuario de la Santísima y Vera Cruz de Caravaca, o por lo menos reciten el Padre Nuestro o el Credo:
 
            1. El día 3 de mayo que allí se celebra solemnemente y el día 14 de septiembre, Festividad de la Exaltación de la Santísima Cruz.
 
            2. Siempre que por devoción peregrinen al Santuario en grupo
 
            3. Una vez al año en el día en que libremente se elija por los fieles.
 
            Se concede además indulgencia plenaria, en la forma acostumbrada, en los días que, cada siete años, se celebre la solemne Apertura y Clausura del Año Jubilar, y en otros días del año en los cuales el Obispo presida algún rito solemne.
 
            La presente concesión es válida “in perpetuum”. Sin que obra nada en contrario.
 
            Luis De Magistris                                                         N. M. Tedeschini
            Regente                                                                      Oficial”
 
            Con motivo del 750 aniversario de la aparición de la cruz en 1231, en 1981 el Papa Juan Pablo II ya había concedió la celebración de un año santo jubilar, concesión luego renovada para el año 1996. Hasta que en 1998, mediante el documento transcrito, se elevó el privilegio a perpetuo, y en 2003 se proclamó el primer Año Santo Jubilar que debía su declaración al mismo. En 2010, es decir, este año, se celebra el segundo de lo que está llamado a constituir, en adelante, una más de las grandes tradiciones eclesiásticas.
 
            Lo que se venera en Caravaca, y por lo que le es concedido a la ciudad tan especial privilegio, son tres astillas del lignum crucis, es decir, del leño de la Vera Cruz, aquélla en la que según la tradición fuera crucificado Jesús, procedente de las prospecciones arqueológicas realizadas en su día por Santa Elena, madre del Emperador Constantino, y custodiadas en una preciosa y engalanada cruz patriarcal de doble brazo horizontal de 7 cms. el superior y de 10 el inferior, y de uno vertical de 17 cms., que se exhibe en la Basílica del real Alcázar de la Vera Cruz.
 
            La veneración de los trozos de la cruz en Caravaca proviene de una tradición original recogida en las dos crónicas locales más antiguas de la ciudad: la de Robles Corbalán de 1.619, y la del Padre Cuenca de 1.722, y dice así:
 
            “El said almohade de Valencia, Abu-Ceit era soberano de Caravaca en el 1.2301.231. En ese tiempo estaba, entre los cristianos prisioneros en el castillo, el sacerdote Ginés Pérez Quirino (Chirinos) que, venido de Cuenca, predicaba el evangelio a los musulmanes. El sayid Abu-Ceit preguntó a los cautivos sobre sus respectivos oficios. El sacerdote contestó que el suyo era decir la misa. Suscitando la curiosidad y el interés del musulmán, el cual dispuso lo necesario para presenciar dicho acto litúrgico. Traídos los ornamentos necesarios desde Cuenca, empezó a celebrarse la liturgia. Al poco el sacerdote se detuvo y dijo que no podía continuar por faltar en el Altar el símbolo de la cruz, sin el cual no podía oficiar la Santa Misa. Y fue al momento cuando, por la ventana del salón, dos ángeles transportaban un “lignum crucis” que depositaron en el Altar, y así pudo continuar la misa. Ante la maravillosa aparición el sayid Abu-Ceit y toda su corte se convirtieron. Después se comprobó que la Cruz era del Patriarca Roberto de Jerusalén”.
 
 
 
 
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