Para los habituales lectores de esta columna el título podrá resultar reiterativo: muchas veces hemos hablado de la Argentina como zona de desastre episcopal. Pero ahora, más allá del juicio general, tenemos en nuestra mano pruebas de un hecho que nos devela la profundidad de la crisis en la jerarquía católica de la Argentina.
El amancebamiento de clérigos en Hispanoamérica es una triste realidad. Hay un número alarmante de sacerdotes que se muestran con poco o ningún recato con sus “mujeres”, a las que no pocas veces asignan cargos parroquiales como para justificar su presencia durante largas horas en la parroquia. Algunas viven en la misma parroquia. Otras toman posesión como verdaderas “señoras del cura”. Recientemente, en una importante basílica de Buenos Aires, una de estas hizo “berrinche conyugal” en medio de una misa. Los fieles todavía no pueden creer lo que vieron.
Basta recorrer un poco y hablar con los fieles, testigos azorados o resignados de esta infidelidad a los votos sacerdotales que normalmente no desemboca en un abandono de la vida religiosa, sino por el contrario, en una insistencia en permanecer mostrándose como personas coherentes con los usos de los tiempos y adelantados de una dispensa que están seguros la Iglesia dará al clero en el futuro.
Claro que esta grave confusión de juicio choca no solo con la reiterada voluntad de mantener la disciplina del celibato por parte de la Iglesia, sino además con el orden moral natural y divino, pues es un ejercicio ilícito y sacrílego de relaciones, de por sí inadmisibles para el católico salvo dentro del matrimonio, y aún así, sujetas a fines que Dios ha determinado y que se tutelan fundamentalmente no viciando el acto conyugal. Nada de esto es posible en estas relaciones.
Violación de los votos, pecado contra el sexto mandamiento y muchas veces también contra el noveno, puesto que con frecuencia estas “mujeres del cura” son casadas, separadas y hasta consagradas. Una conducta que décadas atrás hubiera resultado socialmente condenable aún para un simple laico y para un acatólico de recta moral, hoy es reivindicada con mayor o menor ostentación por muchos clérigos a los que no llega la mano de la disciplina eclesiástica, mano que al menos supo ser rigurosa en otro tiempo. Y el fiel se pregunta ¿por qué?
Y aquí volvemos a nuestra reflexión inicial. La hondura de la crisis es tal que muchos sacerdotes promocionados a la dignidad episcopal no solo han observado estas conductas indignas, sino que las mantienen inclusive siendo obispos.
Tenemos en mano las referencias de una sentencia condenatoria de un juicio de divorcio en el que la parte vencida, la mujer, reconoce haber tenido como amante estable a un conocido párroco de una importante diócesis de la Argentina. La identidad del partenaire sexual de la mujer infiel es reconocida en ambas instancias, y la sentencia está firme. El caso está fuera de toda discusión.
Ahora bien, el fallo de la Cámara de Apelaciones es del 20 de mayo de 1999, la muerte del marido engañado, que padecía además una enfermedad terminal, es de octubre de 1999. Exactamente un año después de la muerte, el sacerdote fue promovido a obispo, y hoy es un personaje clave para la Conferencia Episcopal Argentina.
La historia es conocida, como lo son otras tantas que nos llegan con frecuencia. Hay un círculo curial que sabe los antecedentes del personaje, y naturalmente no lo ignora su arzobispo.
Desde mi web he hecho un llamado a las autoridades eclesiásticas para que pongan coto a las actividades de este personaje nefasto para la Iglesia argentina, sin éxito aparente hasta el momento. Creo que hasta ahora ha sido necesario guardar la identidad, para que se pueda proceder sin escándalo, pero esta situación no da margen para mucha demora más. Muchos ya saben quien es, los tiempos se acotan.
Me viene a la imaginación lo recientemente sucedido con el Cardenal Daneels de Bélgica, que mantuvo bajo su protección a un obispo culpable de conductas gravemente inmorales, con el resultado de un final escandaloso para el obispo, para el propio Cardenal y el consiguiente descrédito de la Iglesia y espanto de los fieles.
El santo padre ha reconocido reiteradamente que la lentitud de la jerarquía católica para actuar en casos de grave inmoralidad de sacerdotes y obispos ha sido un error. En esta dirección, creo que los fieles que amamos a la Iglesia podemos hacer un aporte, advirtiendo sobre una situación explosiva de consecuencias impredecibles.
Estos personajes nunca caen solos, siempre arrastran a quienes por acción u omisión han sido sus cómplices. Hemos tomado la precaución de elevar la documentación a las autoridades de la Santa Sede. Confiamos en que la difusión que el caso va adquiriendo apresure los tiempos y agrave el rigor del castigo, que no puede ser meramente un “traslado” como suele ocurrir con los curas amancebados y los abusadores. Cuando las cosas llegan este nivel, puede y debe tomar cartas en el asunto la Santa Sede, aunque se trate de hechos tan penosos, o más precisamente por ello.