La segunda Palabra se formula así: “No pronunciarás el nombre del señor, tu Dios en falso” (Ex 20, 7) Con ello la palabra de Dios hace una llamada a no ofender el nombre de Dios y a no usarlo vanamente, falto de contenido, como una realidad vacía. Es propio de la hipocresía, del formalismo, de la mentira. Usar el nombre de Dios sin verdad.
El nombre en la Biblia significa la verdad de las personas. El deseo de unos padres sobre sus hijos. Cuando el Señor cambia el nombre de una persona, le encomienda algo nuevo: Abrahán (Gn 17, 5), Pedro (Jn 1, 42).
¿Qué significa conocer y usar con verdad el nombre de Dios con verdad? “Y conocer verdaderamente el nombre de Dios lleva a la transformación de la propia vida: desde el momento que Moisés conoce el nombre de Dios su historia cambia. El nombre de Dios, en los ritos hebreos, se proclama solamente el del Gran Perdón y el pueblo es perdonado porque por medio del nombre se entra en contacto con la misma vida de Dios que es misericordia. Entonces, «tomar en sí el nombre de Dios» quiere decir, asumir en nosotros su realidad, entrar en una relación fuerte, en una relación estrecha con Él. Para nosotros cristianos, este mandamiento es la llamada a recordarnos que estamos bautizados «en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo», como afirmamos cada vez que hacemos en nosotros mismos la señal de la cruz; quisiera afirmar con fuerza: enseñad a los niños a hacer la señal de la cruz”.
¿Es posible usar el nombre de Dios en vano? “La respuesta es desafortunadamente positiva: sí, es posible. Se puede vivir una relación falsa con Dios. Jesús lo decía a los doctores de la ley; ellos hacían cosas, pero no hacían lo que Dios quería. Hablaban de Dios, pero no hacían la voluntad de Dios. Y el consejo de Jesús es: «Haced lo que dicen, pero no lo que hacen». Se puede vivir una relación falsa con Dios, como esa gente. Y esta palabra del Decálogo es precisamente la invitación a una relación con Dios, que no sea falsa, sin hipocresías; a una relación en la que nos encomendamos a Dios con todo lo que somos. En el fondo, hasta el día en el que no arriesguemos la existencia con el Señor, tocando con la mano que en Él se encuentra la vida, hacemos solo teorías”.
Frente a este sentido negativo, hay muchas personas que usan el nombre de Dios convenientemente. “Si se multiplican los cristianos que toman sobre sí el nombre de Dios sin falsedad –practicando así la primera petición del Padre nuestro, «santificado se tu nombre»- el anuncio de la Iglesia es más escuchado y resulta más creíble. Si nuestra vida concreta manifiesta el nombre de Dios, se ve lo bonito que es el bautismo y ¡qué gran don es la eucaristía!, como unión sublime está entre nuestro cuerpo y el Cuerpo de Cristo: ¡Cristo en nosotros y nosotros en Él! ¡Unidos!… Desde la cruz de Cristo en adelante, nadie puede despreciarse a sí mismo y pensar mal de la propia existencia. ¡Nadie y nunca! Cualquier cosa que haya hecho. Porque el nombre de cada uno de nosotros está sobre los hombros de Cristo. ¡Él nos lleva! Vale la pena tomar sobre nosotros el nombre de Dios porque Él se ha hecho cargo de nuestro nombre hasta el fondo, también del mal que está en nosotros; Él se ha hecho cargo para perdonarnos, para poner en nuestro corazón su amor. Por esto Dios proclama en este mandamiento: «Tómame sobre ti, porque te he tomado sobre mí». Quien sea puede invocar el santo nombre del Señor, que es Amor fiel y misericordioso, en cualquier situación que se encuentre. Dios no dirá nunca «no» a un corazón que lo invita sinceramente”.