Gracias al boletín de la Red iberoamericana de estudio de las sectas, me entero de la detención en Egipto de nueve seguidores de la corriente musulmana ahmadiyah, acusados de una violación del artículo 98 del Código penal egipcio, que define el delito denominado algo así como exhibición del desprecio al islam, un tipo penal que sirve para perseguir, desde el ámbito estatal, las que se consideran como desviaciones heréticas del islam y a sus seguidores.
En otra ocasión entraremos en la persecución en los estados musulmanes de los que o no son musulmanes, o se desvían de la corriente considerada ortodoxa en cada país. Hoy quiero centrarme en las víctimas concretas de esta persecución en concreto, -como se dice más arriba, nueve seguidores de la secta ahmadiyah-, por lo singulares y curiosos que desde nuestro punto de vista pueden llegar a parecer.
La corriente ahmadiyah debe su nombre a su fundador, el musulmán indio Mirza Ghulam Ahmad (18351908), que la creó en 1889. Hoy día no son pocos sus seguidores, hasta cinco millones posiblemente, concentrados fundamentalmente en Pakistán, pero desperdigados por otros países islámicos, de lo que es buena prueba la noticia que comentamos que los sitúa en Egipto. Pertenecientes a la corriente suní, están sin embargo muy perseguidos, hasta el punto de haberles sido negada la condición de musulmanes en Pakistán.
Lo que desde el punto de vista musulmán más y con mayor intensidad caracteriza a la secta, es el hecho de que su fundador se intitulara el Mahdi. El Mahdi es un personaje misterioso el que no se habla propiamente en el Corán, pero íntimamente relacionado con la tradición islámica, el cual vendrá al fin de los tiempos para restaurar el islam en el mundo entero y anticipar el fin del mundo. No es ni mucho menos el único mahdi que la historia musulmana ha conocido. Otro autoproclamado mahdi bien familiar y conocido de la historia española es Mohammad Ibn Tumart, el fundador del imperio almohade que sembró el terror en la España del s. XII y XIII.
Desde el punto de vista cristiano, hay también algo que caracteriza muy llamativamente a la secta ahmadiyah, y es el papel tan particular que otorgan en su particular mitología a Jesús de Nazaret, sí señores, Jesucristo, quien, en su particular mitología, después de sobrevivir al tormento de la cruz, habría emigrado a la India, donde habría vivido hasta su muerte a la edad de 120 años. Los ahmadíes incluso veneran en la ciudad de la parte india de Cachemira llamada Srinagar, una tumba en la que, según ellos, estaría enterrado Jesús.
Lo más curioso del tema es que esa condición de mahdi que Mirza Ghulam Ahmad reclamó para sí, es la que para algunas tradiciones musulmanas otorgan ni más ni menos que al mismísimo Jesús. Esto nos dice Felipe Maíllo Salgado en su obra Vocabulario de historia árabe e islamica sobre el tema:
“En el s VIII (II de la era islámica) Safi’i, fundador de la escuela jurídica ortodoxa que lleva su nombre, basándose en un hadiz, estableció que nel Mahdi habría de ser Jesús. Más tarde, entre los siglos X y XI (IV y V de la era islámica) los suníes empezaron a admitir la venida al cabo de los tiempos de dos personajes: Jesús y el Mahdi propiamente dicho”.
Toda interpretación que proponga la identificación de Jesús con el Mahdi está íntimamente relacionada con el pasaje del Corán en el que leemos:
“El día de la resurrección servirá de testigo contra ellos” (C. 4, 159).
Texto que parece no halla ninguna dificultad en ser aplicado a Jesús, puesto que en la sura [capítulo] en la que se halla, el grupo de aleyas [versículos] que rodean al que comentamos desde la 154 hasta la 159, se refieren precisamente a Jesús.