Me quedan apenas un par de días por el continente americano y me pongo a hacer un par de reflexiones a vuela pluma, mientras preparo las maletas.
Cuando uno pasa un tiempo en un país en el que el nombre de Dios está en la calle por todos lados, se da cuenta de hasta qué punto está descristianizada España, aunque surge la pregunta de por qué toda esta cultura religiosa que hay en América no ha impregnado más la sociedad, haciéndola más justa.
Aquí es lo más normal irse al jardín botánico, y encontrarse con que en la zona de picnic hay dos grupos, uno haciendo un retiro y otro planeando un encuentro cristiano.
Si sales a pasear al parque en hora temprana y te cruzas con alguna persona amable, no te da los buenos días, sino que te dice “Dios le bendiga”. También pasa en la compra, en el restaurante cuando te abren la puerta y en muchos otros sitios.
Por supuesto en el supermercado, en el área de caja, donde se suelen poner las golosinas, se venden publicaciones como Rayo de Luz, el equivalente del Magnificat, con las lecturas del mes y algunas meditaciones.
Los taxis, los carros públicos (taxis compartidos) y las guaguas (miniautobuses públicos), tienen muchos letreros diciendo cosas del estilo “Dios te ama” o “Sólo Cristo salva”.
En las familias los hijos piden al padre “bendición”, y los padres saludan a sus hijos diciéndoles que Dios les bendiga, es una costumbre de lo más hermosa y bíblica.
En este país es normal oír a los vecinos rezar el rosario en grupo, o escuchar por la calle las emisoras religiosas que la gente sigue, además de ver publicitados retiros, conciertos cristianos y en estos días películas como La Última Cima.
El contraste con la realidad española es enorme, empezando por esa sutil autocensura que nos hemos impuesto los cristianos, limitando lo religioso al ámbito físico de la iglesia, excepto cuando salimos de procesión o hay que manifestarse por las grandes batallas abiertas- principalmente aborto y familia.
En Europa uno tiene la sensación de que Dios ha sido excluido de la sociedad. Recuerdo un monje benedictino que animaba el grupo de pastoral juvenil al que yo asistía en Francia, que me comentaba cómo la Revolución Francesa había tenido como fruto el que a él le prohibieran vestirse de monje en los espacios públicos como la universidad.
Creo que los primeros en excluirlo somos nosotros. Si se acuerdan, cuando el 11-S, en los Estados Unidos los gobernantes animaban a la oración y el Congreso dedicó un momento de oración posteriormente. Aquí cuando el 11-M no recuerdo a ninguno de los políticos católicos que en esos días tuvieron la palabra públicamente, detenerse un momento a orar y animar a ello. Si alguien lo vio que me lo cuenten. Recuerdo en cambio estar oyendo la SER en aquel luctuoso día y oír al locutor decir, “lo único que podemos hacer en esta circunstancia es rezar” lo que obviamente me llamó la atención viniendo de donde venía.
Pero volviendo al tema que nos ocupa, hecha la reflexión sobre la religiosidad en la calle, cabe también hacer una reflexión numérica. Cuando comenzó el Concilio Vaticano II, los obispos latinoamericanos representaban a un tercio de la católicos en el mundo; en estos momentos Latinoamérica tiene la mitad de los católicos del mundo entero.
La secularización que merma Europa aún no ha hecho mella aquí, aunque haya preocupantes signos de su penetración. Por supuesto las batallas y problemas aquí son otros, y el CELAM está respondiendo a los retos del continente llamando a la Misión Continental, una adaptación de las estructuras pastorales caducas a la perentoria necesidad misionera de la Iglesia, que es toda una llamada a poner a la Iglesia en estado de misión.
El caso es que no puedo evitar ponerme a hacer comparaciones con España, y me pregunto si será oro todo lo que reluce, pues en todas partes cuecen habas, aunque sea verdad aquello de “y en mi casa a calderadas”.
La principal pega que se puede poner a esta sociedad que estoy conociendo aquí es la siguiente:
Si el cristianismo está tan arraigado, ¿por qué son sociedades tan injustas en lo social, tan desequilibradas y desarticuladas en lo político, con tasas tan altas de criminalidad y corrupción?
Aquí casi todo el mundo va a la iglesia, pobres y ricos, pero las cosas no cambian. Esto para mí demuestra que la “calidad” del cristianismo de un sitio no se puede evaluar por lo que la gente vaya a Misa o porque se pasen todo el día invocando a Dios.
Si nos vamos a Europa, encontramos sociedades mucho más justas, con una riqueza más redistribuida, educación y libertad personal, lo que muchos teólogos de la liberación considerarían el paraíso en la tierra - por lo menos mucho más que en Latinoamérica.
Pero en medio de tanta abundancia, la gente ha dejado de asistir en masa a la iglesia, por lo que tampoco se puede evaluar el cristianismo de un sitio por lo bien que esté la sociedad.
¿Está la iglesia mejor en Latinoamérica o en Europa? La pregunta no es fácil. Desde luego, si lo que se quiere es tener las iglesias llenas, Europa es un fracaso y Latinoamérica es un éxito.
Pero para mí el problema es si el Evangelio está arraigado en los corazones de las personas, y si a fin de cuentas Jesús es Señor de nuestras vidas, y en eso es difícil juzgar, porque sólo Dios conoce lo que hay en cada corazón.
Lo que sí tengo claro es que en Europa la secularización es galopante, y aquí todavía no es un gran problema. También pienso que la estadística de asistencia dominical lo dice todo, y no dice nada a la vez, pues uno se puede pasar la vida yendo a la iglesia sin que el Evangelio cale lo más mínimo en su vida. Pero obviamente la estadística negativa, sí que dice muchas cosas.
La reflexión está servida, y no creo que sea un debate de blanco o negro, pues todo tiene sus matices, sus luces y sus sombras.
Yo sólo sé que al volver a España, echaré de menos la cotidianidad que se vive aquí, donde si te cae bien una persona en la calle, la puedes decir “Dios le bendiga” al despedirte, sin que te mire con cara rara o se piense que te ha abducido una secta.