Su vida es apasionante en cuanto que es la historia de alguien que ha sabido luchar contra las adversidades para salir adelante. Hay dos libros que cuentan su vida, y una película donde queda muy bien retratada toda su historia.
Lo hermoso es que es una vida que cuenta una victoria interior, de superación personal, en gran parte gracias a la ayuda de una madre que supo ver más allá de los resultados académicos.
Ben Carson comienza su vida escolar con unos resultados pésimos, y muy poca estima de sí mismo. Su madre, aun sin saber leer, se da cuenta de que el hijo no ve bien. Con el poco dinero ahorrado que tiene le compra unas gafas, y poco a poco, empiezan a mejorar los resultados.
Para que os hagáis una idea del punto de partida de Ben Carson, escuchad este diálogo madre-hijo:
“Has mejorado, pero puedes hacerlo mucho mejor”, dice ella.
“No sé cómo.” dice él.
“Yo tampoco, pero vamos a tener que usar la imaginación”.
“Yo no tengo.”
“Claro que sí, todo el mundo tiene imaginación”
“Ah… yo no.”
“Si te digo: ´Érase una vez un ratoncito azul´, ¿no ves el ratoncito azul?”
“No. Mamá, mi cerebro es tonto.”
“Tu cerebro no es tonto.” “Eres un chico listo: no estás usando tu inteligencia. Ésta no es la vida que Dios quiere para ti.”
Y añade:
“Tienes el mundo entero aquí dentro pero tienes que ver más allá de lo que puedes ver”.
Al tiempo que potenciaba a su hijo de esta forma excepcional ella ingresa en un psiquiátrico pues su historia personal le pesa más. Casada a los 13 años, descubre que su marido tiene otra esposa y se separa cuando Ben tiene 8 años. Por su poca formación (no sabe leer, y disimula delante de sus hijos), se dedica a limpiar casas y cuidar niños.
Le dice al psiquiatra: “Soy tan tonta. Tengo miedo que mis hijos salgan como yo. He pensado en suicidarme. Últimamente ya no puedo luchar contra estos sentimientos.”
Su estancia en la clínica psiquiátrica es muy corta. Una nota de su hijo en la maleta le devuelve la alegría perdida. Regresa con sus hijos determinada a sacarlos adelante. Leer dos libros a la semana, y fuera la televisión, que los deja embobados y apáticos. “Si aprovecharais los dones que Dios os ha dado seguro que pronto saldríais vosotros en la tele”, les dice.
Y más: “Puedes hacer lo mismo que cualquier otra persona pero mucho mejor que ellos”.
De sus lecturas, Ben aprende cosas que sus compañeros de clase no saben, y empieza a destacar. Un día, un profesor que supo también ver más allá, lo coloca delante de un microscopio. Ben queda maravillado, y el profesor le dice: “Es un mundo nuevo, acabas de adentrarte en un mundo nuevo”. Y así fue, horizontes insospechados se abrían en su vida.
Sufre la marginación del racismo y pasa por una adolescencia nada fácil, en la que se enfrenta a su mal genio. Sale adelante con la ayuda de Dios, a quien con todo el alma le reza: “Señor, tienes que sacarme este mal genio de dentro”.
Con estos estímulos Ben Carson se licencia en Psicología en la Universidad de Yale, y luego estudia Medicina en la Universidad de Michigan, donde se le abrió el interés por la neurocirugía. Motivado por su excelente coordinación mano-ojo y su capacidad de razonamiento, se convierte en el primer neurocirujano de color que entra en la Johns Hopkins University. Antes de ser admitido, el director le pregunta:
”¿Por qué decidió convertirse en neurocirujano?”
Imaginad su respuesta emocionada y entusiasta:
“El cerebro es un milagro. ¿Cree en los milagros?
Todos somos capaces de crear milagros. Todos hemos sido bendecidos con increíbles dones y habilidades. Piense en Händel, ¿cómo pudo componer el Mesías en sólo tres semanas?
Éste es el canal, la fuente, la inspiración, para conseguir logros inimaginables.”
Y así comenzó una carrera médica llena de retos no fáciles que logra superar recordando y haciendo presentes los momentos de crecimiento importantes de su vida, en los que, desde temprana edad, gracias a su madre, aprendió a transformar la inseguridad por confianza en sí mismo.
La primera operación que realizó fue de urgencias, porque no había otro cirujano. Y desde entonces , siempre, antes, una oración: “Me encomiendo a Ti, Señor”.
Luego arriesgó con las primeras hemisferectomías en niños, sabiendo que podía quedar dañado el lado derecho del cerebro, pero confiado en la capacidad de recuperación de los niños, fue adelante, y llenó de esperanza muchas vidas.
Antes de saber cómo iba a realizar la operación de los siameses, le comenta a su madre, “Me siento como un grifo bloqueado”, y ella, una vez más, animando al ya famoso neurocirujano padre de tres hijos:
“El truco está en ver qué es lo que te bloquea para sacarlo del camino. Aunque fracases, lo habrás intentado.”
Y, una vez más, le repitió: “Tienes todo el mundo dentro de tu cabeza, sólo tienes que ver más allá”. Son palabras que la madre pronunciaba con alma, con corazón. Se las creía. Y por ello consiguió que calaran hondo en su hijo, y también él se las creyera.
Incluso la noche antes de la famosa operación, a los padres de los siameses, les dijo el doctor:
“Lo hemos ensayado, ensayado y… tenemos que rezar”
“¿Usted reza doctor?, le pregunta la madre de los niños unidos por el cráneo.
“Todos los días”.
Su confianza está más allá de sus logros humanos, y su éxito trasciende.
Es un hombre que exprime todo su talento y capacidades para ponerlos al servicio de la humanidad. Sabe que muchas vidas dependen de él, y sabe también que nada depende de él, porque se sabe instrumento.
Y lo mejor es que está vivo. Es el jefe de neurocirugía pediátrica del Johns Hopkins Hospital. Y sigue haciendo más de 300 operaciones al año. No es un héroe de otro tiempo. Es una persona de carne y hueso, con un pronóstico inicialmente bastante sombrío, y que sin embargo ha salido adelante gracias al amor y a la motivación íntegra de una madre.