La semana pasada recibí un email de un amigo contándome que uno de los productores de la Última Cima, Antonio Torres, se encontraba en la República Dominicana promocionando la película-documental sobre la vida del sacerdote Pablo Domínguez, y me sugería que le conociera.

Ni corto ni perezoso me puse en contacto con él y, junto a su hijo y algunos amigos más, pasamos una tarde de lo más intensa, en la que pudimos asistir a Misa y a un grupo de oración carismático, para acabar cenando en un restaurante mexicano con un grupo de madrileños, lo cual fue todo un solaz para mí, después de tantos meses sin ver ni un paisano.

La tarde fue de lo más vertiginosa, primero peleando con el imposible tráfico de la capital para llegar a Misa, y luego conociendo la Casa de la Anunciación, para acabar invitando a amigos al grupo de oración carismático, donde Antonio incluso pudo dar testimonio de lo que está siendo la película en el mundo entero.

El caso es que el documental fue exhibido como premiere ante mil personas de la iglesia diocesana del país, para luego ser proyectado en el Festival de Cine Católico, como preámbulo a su estreno el próximo 24 de septiembre.

Uno se da cuenta de hasta qué punto la vida religiosa impregna este país cuando encuentra carteles por todas partes anunciando el documental y le comentan que se espera tener al menos 500.000 mil espectadores.

En España, un país de muchísima más población que Santo Domingo, el documental ha sido todo un éxito, y si tenemos en cuenta que en su séptima semana en las pantallas lleva un total acumulado de  112.537 espectadores, podemos darnos cuenta de lo diferentes que son las cosas religiosamente por estos lares (claro que hay que recordar que el dominicano es de natural exagerado y habrá que ver si se llega a eso números).

Pero dejando aparte las comparaciones España-Latinoamérica - eso sería tema para otro post­- quería comentar algo de lo que compartió Antonio Torres conmigo.

Nos contaba que la película surgió porque Juan Manuel Cotelo, el director, acudió casi a rastras, ante la insistencia del productor, a una conferencia que se organizó en una parroquia madrileña, a cargo de Pablo Domínguez.

Nadie pensaba entonces en hacer una película, aunque por lo que tengo entendido la productora Infinito más Uno, tenía entonces varios proyectos para hacer un cine con un mensaje explícitamente cristiano para la sociedad.

El caso es que Pablo murió y fue entonces cuando vino la idea de rodar un documental sobre su vida, que se convirtió en película,  de la cual nace esta ola que ya  está llegando a Latinoamérica y espero que a muchos otros lugares de habla no hispana también.

Lo fascinante es ver cómo Dios ha querido utilizar a un grupo de empresarios y gente del cine católicos, que tenían el deseo y la visión de hacer algo diferente en medio del decadente panorama del cine español  actual.

Se podría decir que les ha tocado la lotería, porque sin comerlo ni beberlo, consiguieron una estrella para su producción y una historia que “vende”; la de un cura tan extraordinario que impactó en las vidas de tantas personas como conoció y murió joven.

Pero fue algo más que mero azar, obviamente Dios lo quiso así y además, hablando con el productor, uno se da cuenta de que el mérito está en saber poner medios y voluntades al servicio del Reino de los Cielos, lo cual no se ve todos los días.

Abiertamente envidio la visión que tienen de evangelizar, de querer hacer llegar el mensaje a la gente, y para ello no usar simplemente valores  cristianos, sino hablar de Dios con todas las letras.

Este celo, junto con la película, es un enorme capital del que ahora son administradores por el mundo entero, y tenemos que orar mucho por ellos, para que lo sepan hacer bien, y lleguen lo más lejos posible.

En todas partes hay gente que ve la película y es casi su primera aproximación a la fe, vivida en la atractiva persona de Pablo Domínguez, y esa gente necesita de un seguimiento, de un paso siguiente que dar.

Han pasado más de dos meses desde que vi la película, y encuentros como el de la semana pasada me llevan a reflexionar mucho.

Una primera reflexión es que en la iglesia en España hay medios, tanto económicos como personales, para hacer una labor de evangelización distinta, más explícitica que simplemente cumplir con el trabajo personal de una manera digna, o transmitir los valores cristianos, y más allá de una labor pastoral de mantenimiento en la que actualmente se van el 98% de las fuerzas.

Pero para eso hay que invertir en las personas, iniciativas u obras que realmente evangelicen, y desgraciadamente no hay cultura para ello.

La segunda reflexión es que películas como la Ultima Cima no son un hecho fortuito, nacen de algo que existe en la Iglesia. Por un lado tenemos gente tan extraordinaria y exportable como Pablo Domínguez. Por otro lado hay gente para comunicarlo como Juan Manuel Cotelo, y tantísimos otros profesionales de su campo, que tienen dones y talento.

Sólo hace falta arriesgarse a utilizar dones y medios, y la película nos demuestra que es posible, que tenemos el capital humano y divino para ello.

Como decía San José María para el apostolado, “se gasta lo que se debaaunque se deba lo que se gaste

 Además es toda una lección de por qué los laicos tienen que llevar a la gente al cura, pero debemos cuidarnos de no hacer una iglesia clericalizada. El fruto de la vida sacerdotal de Pablo se está multiplicando gracias a estos laicos; deberíamos reflexionar sobre lo solos que hemos dejado a los curas en esto del apostolado.

 La tercera reflexión, y última, viene al hilo de lo que hago con los Cursos Alpha: la evangelización de Primer Anuncio. Al ver la Ultima Cima uno se pregunta: “Y después, ¿qué?

Cuando vi la película en Madrid me encontré con un amigo y su mujer de 38 años, de Congregaciones Marianas; también vi a un sacerdote diocesano conocido, joven, con un grupo de veinteañeros (tres o cuatro).

Había además algún treintañero, y una gran mayoría de personas rondando los sesenta años, además de algunas personas de la edad de mi abuela.

Toda una muestra de la sociología actual de la iglesia española, algo parecido a lo que se ve al ir a las parroquias. (Cura joven con pocos jóvenes, treintañeros que han crecido en algún movimiento o parroquia fuerte como nosotros, y una mayoría de gente que si no está jubilada, lo estará en los próximos diez años).

Si la película sólo la van a ver los cristianos convencidos, les habrá reforzado en su fe, les habrá mantenido, pero el éxito para mi gusto no será tal.

No debiéramos contentarnos con que la vieran los de “casa”. Ese es el afán del productor, Antonio Torres, llevar a ver la misma a cuantos no conocen a Cristo, y les aseguro que no escatima esfuerzos ni simpatía para hacerlo.

Creo que no basta con mostrar a la gente de hoy en día la riqueza de la Iglesia, ni la belleza del mensaje cristiano. Aunque nos parezca increíble, no es suficiente por mucho que La Ultima Cima no sea una película más. Hace falta discipularlos, y eso da un montón de trabajo, y entra dentro de una categoría de evangelización que desconocemos, la del Kerigma, el primer anuncio, el catecumenado.

La mayoría de la gente que lleve a alguien de fuera a ver la película, les invitará después a una Misa, o a un grupo de reflexión u oración, sin darse cuenta de que eso es para los de dentro, y que no entenderán ni jota, a menos que alguien se ponga a caminar con ellos en los principios de la experiencia de fe.

Es lo que hacen los Neocatecumenales, lo que inspiró también a los Cursillos de Cristiandad en su día, y lo que hoy en día hacen cursos como Alpha, y aquí por Latinoamérica el curso Felipe.

Toda esa gente sabe que para “hacer un cristiano”, no basta una Misa, ni un testimonio  o experiencia puntual y deslumbrante; hace falta echarse a caminar paso a paso con la persona que acaba de descubrir algo y aún no está madura para la práctica diaria de la fe.

Lo demás será echar en saco roto lo andado cayendo en un diálogo de sordos, como el que puede tener mi padre invitando a mis primas a confirmarse “porque hay que confirmarse”, o una abuela insistiendo en que sus nietos vayan a Misa porque “hay que ir a Misa”.

Incluso cuando una persona haya tenido una experiencia bonita que le acerque a lo religioso, conviene no olvidar que hace falta recorrer todo un camino para llegar a la madurez cristiana, que no se puede adquirir cogiendo un atajo.

En fin, que fue una tarde de lo más interesante con Antonio Torres, en la que si algo brilló fue el deseo de llevar el mensaje de Cristo a cuantos no lo conocen, de ahí el título del post “Evangelizando a los ateos con el productor de la Ultima Cima”, al que si no fuera por razones de espacio habría añadido “en Santo Domingo y en el mundo entero”.