El Blog de Radio Cristiandad ha publicado en una de sus entradas
una serie de fotografías capaces de incendiar el ánimo más templado.
 
Corresponden todas ellas a diversas ceremonias litúrgicas o para-litúrgicas llevadas a cabo en los últimos años: mujeres con las tetas al aire en presencia del Papa, danzas de todo pelaje ante prelados de todo el mundo, la estatua de Buda sobre un altar en Asís... monaguillas, indígenas, jefes de estado… judíos, budistas, idólatras… convierten la religión en una mezcla de sentimentalismo, de libro de autoayuda y de sincretismo. Una de las imágenes muestra al jesuita Saju George en una danza-homenaje a la divinidad hindú Shiva que tuvo lugar en el presbiterio de una Iglesia: Schottenkirche, de la diócesis de Viena. En diversas entradas del mismo blog pueden verse situaciones no menos escandalosas en la Catedral de Illinois y una peculiar eucaristía celebrada por salesianos.


Ritual hindú en el Santuario de Fátima (5-mayo-2004)


Este escenario induce a pensar que lo que algunos llaman la “reforma de la reforma [litúrgica]” se está limitando —al menos por ahora— a una serie de cambios escénicos en los actos programados desde la Curia Romana y sus imitadores sin medidas efectivas ni consecuencias prácticas. Así, parece previsible que, por ejemplo, sigamos viendo al Santo Padre distribuir la Sagrada Comunión a determinados fieles en la boca y de rodillas al tiempo que se consienten las más variadas experiencias litúrgicas y se consolidan los abusos ya aceptados.


Quienes afirman, para justificar esta situación, que Benedicto XVI “no puede” ir en esta materia más deprisa olvidan que, si tomara decisiones de gobierno efectivas, estaría dando por cancelada una de las características más señaladas de la reforma posconciliar, el fenómeno que Romano Amerio llamó “desistencia de la autoridad”.

Consiste dicha actitud en la propensión a inclinar el oficio pontificio de gobierno hacia la admonición y a restringir el campo de la ley preceptiva (que origina una obligación) ampliando el de la ley directiva (que formula una ley pero no lleva aneja la obligación de seguirla). De esta forma el gobierno efectivo de la Iglesia resulta disminuido por un comportamiento que puede depender de tres razones:

— de un conocimiento imperfecto de los males,
— de falta de fuerza moral,
— de un cálculo de prudencia que no pone manos a la obra de remediar los males o bien porque no los percibe como tales o porque (en el mejor de los casos) estima que así los agravaría, en vez de curarlos.

Para mantener la verdad son necesarias dos cosas: corregir el error refutando sus argumentos y apartar al que yerra deponiéndolo de su oficio, lo que se hace mediante un acto de autoridad de la Iglesia. Sin esto último no puede decirse que se han adoptado todos los medios para mantener la doctrina de la Iglesia.



Así, saldrán uno tras otros documentos teóricos (¿Cuántos van ya desde el Concilio?)  en los que se insiste en la debida devoción a la Eucaristía sin que se tome una sola medida de gobierno capaz de remediar la notable pérdida de esta devoción que se ha venido produciendo. Por citar otro ejemplo, desde Roma no se ha pretendido, ni siquiera, ordenar que las conferencias episcopales se apresuren a rectificar las malas traducciones de las palabras de la Consagración de la Misa (“pro multis” – “por muchos”), limitándose a una mera sugerencia que está siendo perezosamente seguida o ignorada (como en el caso de los obispos españoles). Y esto en algo que consideramos vital, que toca a la esencia de la liturgia por ser el corazón de la Santa Misa.




Probablemente la proliferación de posiciones extremas que los sectores más moderados coinciden en reconocer como abusos, ha llevado en los últimos años a intentar devolver cierto decoro al rito romano.

La existencia de auténticas profanaciones, denunciadas infructuosamente en medios católicos durante cuarenta años, así como la portentosa resistencia que ha permitido conservar en vigor el Misal Romano Tradicional sin que haya quedado reducido a una reliquia arqueológica han dado paso a un escenario impensable hace apenas algún tiempo,

La situación puede acabar desembocando en una verdadera restauración de la Liturgia Romana. Restauración que no sería auténtica si no consiste en la vuelta fiel al tesoro secular recibido de nuestros mayores en la fe.
Y esto es percibido como una amenaza por quienes se empeñan en salvar del fracaso a la  revolución litúrgica consagrada con la aprobación del “Novus Ordo Misae” en 1969

Aunque algunas medidas parciales puedan dar apariencia de reforma, poco cabe esperar de todo aquello que no sea restaurar la Misa de siempre, en todas partes y para todos así como el resto de las celebraciones litúrgicas. Todo lo que se haga sin cuestionar los principios erróneos sobre los que se sustentaron las experiencias posteriores al Vaticano II será poco más que puro “bonapartismo”, término con el que se define en la historia de cualquier proceso revolucionario a la fase de institucionalización que salva de perecer en medio de su propia inoperancia y del caos provocado a las conquistas logradas durante el período anterior.

Nadie podrá decir que las imágenes que estábamos comentando al inicio de este artículo responden a abusos cometidos al margen de la autoridad. Se trata solamente de unos pocos casos de los miles de imágenes que podrían aducirse (hay páginas especializadas en ello) y estos ejemplos aparecen frecuentemente respaldados por la presencia de obispos que, ajenos a la dignidad de las ceremonias litúrgicas, sonríen complacientemente. Estamos ante la expresión más genuina de hasta dónde nos ha llevado la revolución litúrgica que se puso en práctica en contra, unas veces, de las prescripciones explícitas del Concilio Vaticano II y amparándose, en otras ocasiones, en la ambigüedad y vaguedad de las genéricas afirmaciones conciliares.

Y todavía nos llaman “radicales” y “exagerados” a quienes pensamos que es urgente una auténtica reforma de la liturgia y que ésta no puede consistir en otra cosa que en volver a las tradicionales expresiones de la fe católica.