Si como consumidores con conciencia nos organizamos, podemos influir de manera sustancial, a través de los anunciantes, en la orientación y contenidos de los medios de comunicación

Los actuales medios de comunicación, más allá de la función que les es propia -informar sobre la actualidad-, y siempre en una asociación de favores mutuos con la clase política dominante, también modifican y crean los hábitos de vida y marcan los valores que imperan en la sociedad, dirigiendo a la opinión pública a la aceptación o rechazo de las políticas, los usos culturales, las conductas sociales, las condiciones económicas, etc...incluso la guerra.

Como muestra de su inmenso poder , en España, si no los casos más importantes sí los más notables, podemos recordar amargamente el caso de la cadena Hearts, que preparó emocionalmente la opinión pública estadounidense para que ésta aceptase los planes agresores del gobierno norteamericano. O, más cercano, podemos valorar el vuelco que los medios de comunicación, al servicio del poder, propiciaron en la opinión pública sobre el asunto OTAN.

Sin embargo, estos fabulosos instrumentos para imponer un discurso cultural dominante tienen su talón de Aquiles, su zona vulnerable, al que podemos recurrir para defendernos de sus agresiones.

Los actuales medios de comunicación, precisamente por su envergadura, funcionan apoyados en grandes recursos económicos.

En los medios de comunicación se da la especificidad de que quien los paga (de manera directa, si indirectamente), no es el consumidor final.

Ningún otro producto se vende a la mitad de coste de fabricación. Y sin embargo -y por ejemplo- los diarios se venden a la mitad de su coste de producción. Este precio, fijado artificialmente bajo, nos da a entender que el auténtico comprador-pagador del diario no es el lector, sino el anunciante, la firma que inserta la publicidad.

Así, la realidad es que la generalidad de los medios informativos, a pesar de muchos intentos de financiación irregular, de accionistas extraños, etc, obtienen sus recursos de "vender público-consumidores" a los anunciantes.

Los medios de comunicación destinan por encima de la mitad de su porcentajes de espacio o tiempo a la publicidad. Esta peculiar situación de un producto vendido mas barato que su precio de coste coloca a los medios en una posición de dependencia absoluta respecto a la publicidad. En el caso de la televisión en abierto y gratuita la dependencia es total.

Por otra parte, según los expertos, bajar, por ejemplo, en un uno por ciento en las escalas Nielsen -que calculan la audiencia- se traduce en quebrantos mortíferos por perdidas de ingresos publicitarios, que los medios de comunicación, si no cuentan con otras fuentes de capitalización extraña (tema para otro artículo), no se puede permitir.

Y aquí es donde descubrimos nuestra arma con la que ampararnos de los abusos y las pretensiones de los editores de los medios, y de quienes están detrás de ellos, de imponer un discurso cultural dominante, generalmente opuesto a los valores del derecho natural:

Nuestra faceta de compradores, para influir sobre los anunciantes a través de nuestra capacidad de elección en el consumo.

Si como consumidores con conciencia nos organizamos, podemos influir de manera sustancial, a través de los anunciantes en la orientación y contenidos de los medios de comunicación.

En el mercado actual hay muchas ocasiones en que podemos, con igual satisfacción, optar entre diferentes productos. Con molestarnos un poco en informarnos, podemos estudiar cual es el comportamiento de esas empresas, para a la hora de optar hacer una elección u otra.

Y esta opción debemos hacerla llegar a los directivos de la empresa, para que tomen consciencia de las repercusiones comerciales y sobre la cuenta de resultados que pueden tener sus actitudes.

El ejemplo de los E.E.U.U., en este caso, es paradigmático. Instituciones familiares, provida, defensoras de valores, religiosas, etc... se organizan para convencer a las empresas de que no patrocinen, directamente o través de sus inserciones publicitarias, programas audiovisuales o publicaciones que mantengan contenidos que atenten contra el derecho natural.

Generalmente nos quejamos de la chabacanería en televisión, pero generalmente no nos movemos para simplemente enviar una carta de protesta a los anunciantes de esa programación, indicándole que dejaremos de consumir sus productos si sigue apoyando esos programas.

Si esta actitud la logramos sistematizar, agrupándonos en asociaciones y racionalizando y encuadrando las reacciones individuales los resultados se multiplican. Y los efectos los disfrutamos no solamente nosotros, sino el conjunto de la audiencia, que recibe y asimila pasivamente todo lo que se le envía a través de los media.