Llevo casi un mes en barbecho, sin escribir ni un post,  y ya me corre por dentro el gusanillo de poner al día el blog que en su día quise titular Una iglesia provocativa para dar a entender el tipo de Iglesia en la que quiero vivir y el hilo conductor de fondo de mis opiniones.

No ha sido por falta de ganas ni por exceso de ocupaciones, por lo que he dejado de escribir en este mes de agosto desde el sofoco caribeño del verano  eterno que gasta la República Dominicana donde me encuentro.

Necesitaba de alguna manera bajarme del carro por un rato, y poder reposar lo que ha sido el curso pasado y lo que será el que viene, y no ser, por un mes, “esclavo de la pluma”, como el entrañable y socarrón  Jaime Campmany con tanto orgullo se consideraba.

Y es que leyendo los periódicos de agosto uno no puede evitar pensar que a veces en la prensa secular y religiosa, tanto escrita como digital, se escribe por escribir, porque toca. Y me da temblor pensar en que puede llegar el día en que escriba como quien habla por hablar, no porque tenga algo que decir.

Al final es la misma historia de lo que pasa con el cristianismo, con la evangelización y con la predicación. Nadie da lo que no tiene, y muchas veces nos preocupamos más de dar, que de llenarnos de la fuente, que al fin y al cabo es lo único interesante que podemos aportar.

Contaba el pastor David Wilkerson, autor del conocidísimo libro testimonio La cruz y el puñal, que en su iglesia de Times Square, una semana antes del fastuoso ataque a las torres gemelas, Dios les inspiró a callarse durante el tiempo de alabanza de su reunión semanal de oración. El silencio duró más de una hora en medio de una gran pesadumbre.

 Quien esté acostumbrado a una oración de un talante un poco carismático, sabrá lo extraordinario que es encontrar un grupo de este tipo que alabe al Señor en silencio. El silencio debió ser impresionante en Times Square Church, y estoy seguro de que a más de uno le rompió su esquema acerca de cómo debería ser la oración según la tradición de ese grupo.

Y es que a veces Dios calla, y otras nos llama a callar…y es todo un descanso del ajetreo de la vida cotidiana, por más que nos cueste vivir en la inactividad aparente pero fecunda de los meses de estío.

¿Se imaginan una Iglesia, unos pastores, unos laicos, unos medios católicos, que supieran no hablar más que cuando el Señor lo quiere y lo inspira?

Ganaríamos mucho en libertad, y nos descargaríamos también de esa intensidad de la que adolecen tantos sermones, que a fuerza de ser forzados y rutinarios se hacen aburridos y nos instalan en un tedio parecido al que experimentaba el atribulado cura rural de Georges Bernanos.

Porque reconozcámoslo, en la Iglesia hay mucho “esforzado” y es muy fácil que nos olvidemos de lo más importante, sobre todo si trabajamos en el campo de la acción: que somos embajadores de Cristo (2 Cor 5,20), unos meros mandados que están ahí para actuar, hablar, orar, aconsejar y sobre todo dar fruto, en la medida en que Dios lo quiera y sea su voluntad.

Pero la realidad es que unos pocos andan siempre como locos trabajando por doquier, mientras otros parecen no hacer nada, y el edificio se mantiene a fuerza de puños, aunque hay muchos que en el ínterin acaban por  quemarse en mayor o menor medida.

Y es que la Iglesia a veces padece el síndrome del partido de fútbol, donde una masa de veinticuatro mil personas que necesitan desesperadamente hacer deporte, contemplan pasivos como juegan veinticuatro jugadores que desesperadamente necesitan un poco de descanso.

Por todo esto, y por más circunstancias que no vienen al caso, me he gozado “no haciendo nada” en este tiempo, esperando que Dios ponga un poco de sentido al plan que tiene para mi vida, para el blog y para el trabajo apostólico en este curso que viene. No he parado de rogarle que sea El quien lo haga, para al final poder decir aquello de “ha sido el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente” (Salmo 117).

Pero no sólo eso, he de decir también que he disfrutado enormemente de dos lecturas:

 La primera son las mini-memorias del cardenal Suenens, Recuerdos y esperanzas, al hilo de las cuales he reflexionado ampliamente sobre el Concilio Vaticano II, y la figura de este prelado, amigo de Juan XXIII, que fue protagonista crucial del Concilio.

La otra es la obra de Ana Catalina de Emmerich, La amarga pasión de nuestro Señor Jesucristo, publicada en Voz de Papel con una magnífica traducción, que es una obra absolutamente cautivadora que nos imbuye en la época y la vida de Jesús como ninguna.

Por exigencias del guion, también he tenido que trabajar ayudando con los cursos Alpha que se van a impartir por aquí, así como preparando un evento de presentación a nivel de la iglesia diocesana de Santo Domingo. Aunque es a lo que me dedico durante el año, no me ha sabido a trabajo, tanto por la amistad que he encontrado, como por la gozada que es ver cómo Dios abre puertas de maneras insospechadas.

Esto ha ocurrido en el marco a la constante exposición a lo que el Señor está suscitando por estos lares a través de algunos miembros de la Comunidad de Siervos de Cristo Vivo quienes, siguiendo la estela del ahora en proceso de beatificación P. Emiliano Tardiff, me están recordando que Dios siempre se las ingenia para hacer cosas nuevas donde le dejan.

Para este septiembre que comienza, tengo pues como programa no hablar más que de lo que me arde por dentro, de ese deseo que pone el Señor de prender el fuego de su Amor y verlo contagiarse por todos los corazones a través de su Iglesia, que es cuerpo suyo.

Me gustaría, como siempre, provocar y llevar al debate; a la inspiración y a la motivación de tantos que nos leen en ReL y están lo suficientemente abiertos  como para  darse cuenta de que Dios está renovando constantemente su Iglesia, sin sentirse amenazados por ello.

También querría compartir, aprender, y ampliar mis horizontes, conociendo a nuevos amigos y hermanos, tan  maravillosos como tantos que me leen y con quienes siento una unión de afecto y hermandad  aún cuando no con todos coincida plenamente en ideas y posicionamiento.

Algún día les contare las cosas y personas tan maravillosas que uno puede llegar a conocer a través de un blog como este, ojalá que sigan siendo muchas.


Gracias a los que han estado ahí, leyendo, al pie del cañón, y a los que estarán. A veces tengo la sensación de que son ellos quienes debieran escribir este blog, pues en el camino me he encontrado con blogueros, de hecho o de corazón, que bien podrían aportar a esta obra de comunicación que es ReL.

Por supuesto, gracias a nuestro editor Alex del Rosal, por tener la  anchura de miras para darme un lugar en esta página y la generosidad de corazón de meterse en estos berenjenales por el Señor.

Last but not least, gracias a Dios, que nos ha llamado a todos por medio de Jesucristo a ser testigos de su Amor, y misteriosamente se contenta con la “morralla” para hacer su obra, y elige siervos inútiles para contradicción del mundo, y de ellos mismos.

Cuentan los Hechos de los Apóstoles que estaban los discípulos allá en el  Cenáculo, perseverando en oración, en compañía de María, esperando al Consolador que había de llegar.

Ojalá el fruto de este mes de agosto sea como el de ese tiempo de cenáculo, en el lugar donde pasó todo pero no se hace nada hacia fuera hasta que no llegue el Espíritu Santo; donde podemos refugiarnos siempre, y en compañía de María perseverar en la oración, hasta que El venga y lo arrase todo con el ímpetu del tiempo de Pentecostés, el tiempo de la promesa….

Veni Sancte Spiritus! Sobre este nuevo curso, sobre este mes de septiembre…