Catedral de Zamora

                     En una incursión por tierras de la vieja Castilla, en la que me encuentro con motivo de un encuentro cultural, he tenido la oportunidad de conocer de cerca el espíritu recio de aquella otra España, en donde aún conviven la fe y la cultura, la tradición y la vida moderna. En estos campos donde el horizonte se confunde con el cielo azul, hay alma, trigo limpio, sin dejar de haber, como en todas partes, la cizaña de un cierto progresismo plano, propio del pensamiento débil.
         Visité la espléndida Palencia, con su gran desconocida Catedral que encierra un arte, una historia y una espiritualidad viva. Me detuve especialmente en la capilla del Sagrario, en donde está el sarcófago de la célebre Dª Urraca de Castilla, pero también el del Obispo D. Manuel González, el de los Sagrarios abandonados. Le rece para que nuestros tabernáculos no caigan en la indiferencia de tantos cristianos que no saben a Quien siguen, ni Quien está con nosotros de día y de noche.
         Estuve en Toro, pueblo sorpresa en donde el buen vino está custodiado por iglesias románicas, en la que destaca la Colegiata, la de los bellísimos pórticos románicos. Buena y recia gente la de Toro que celebra sus fiestas locales del Cristo de las Batallas, Patrón de la ciudad, la de  San Agustín, y la Virgen del Canto.
         Pero mi mayor admiración se la reservo a Zamora. Ciudad espléndida, cargada de historia, en la que todavía parecen circular por las calles los intrépidos Bellido Dolfos, el Cid Campeador, los nobles guerreros de la Edad Media, o Dª Urraca de Portugal. Zamora es un escaparate del Románico Español. Calles limpias y empedradas, festoneadas de antiguas iglesias, cual de ella mejor. Y como una fuerte sorpresa al doblar una esquina la hermosa mole de la Catedral, con su cúpula bizantina, su pórtico románico, sus sillares limpios, su interior deslumbrante con viejas capillas con sabor a tradición viva, plagadas de imágenes estilizadas, expresivas, de contornos y expresiones graves y serias, ¡todas hermosa y que inspiran un devoción varonil! No digamos nada  la colección de impresionantes tapices con escenas de la historia de España y de clásicos de la literatura o de la Biblia. Toda una orgía difícil de digerir en poco tiempo. Te transporta a otro mundo en donde el alma y el trabajo bien hecho todavía cuentan.
         Zamora es mucha Zamora. Por eso me quedé, y transcribo aquí, lo que una dijo Pío XII en 1956 sobre ella, y que está esculpido en lápidas en la fachada principal de la Catedral:
         La Vieja Zamora colocada como una Atalaya a las orillas del Duero y formando parte de aquella cadena de puntos de apoyo que fue durante mucho tiempo frontera de una patria y de una fe, con sus robustos y pesados murallones. Con sus callejas tortuosas, con su maravillosa catedral románica. Despierta en los demás el recuerdo de un tiempo cuyas glorias cantara el Romancero y las rudas estrofas de los cantares de gesta. Pero nos recuerda mucho más aquel recio espíritu, acaso un poco seco, pero siempre generoso y consecuente, una de cuyas características mas preciadas es la adhesión incondicional a una fe cristiana profundamente vivida.
         Viejas tierras de León y Castilla, rubias en verano, pardas en otoño, y prodigiosamente verdes en primavera. Viejos campos donde siempre ha florecido la piedad sincera, el cristianismo convertido en jugo y vida, la seriedad de las costumbres y un cierto horror por las medias tintas, que mas de una vez os han salvado en algún momento difícil. Que nunca seáis indignos de vuestros abuelos, los que supieron infundir su alieno heroico en una historia, donde esta fe fue uno de los elementos principales de vuestro cielo, aprended la limpieza del alma, de vuestra tierra la generosidad austera y de vuestros ríos profundos y caudalosos la profundidad y la riqueza de una fe que aquí en esta Roma de todos tiene su centro y su fundamento.
         ¡Ojalá estas tierras de Castilla, esta España nuestras, no se deje robar los valores que encierra! Muchos de ellos se han olvidado. Que la memoria histórica no sirva solo para resucitar viejos odios, sino grandes lecciones que nuestros antepasados dejaron escrita en la historia viva de los pueblos. Ya no hay murallas de piedra que nos defiendan de los enemigos de fuera. El enemigo está dentro, en cada uno. Que busquemos de nuevo aquellos puntos de apoyo que sirvan de frontera de una patria y de una fe, de una vida honesta, honrada, con un alma generosa y profunda.  
Juan García Inza
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