La Pedagogía que utiliza Dios con nosotros, sus hijos, no tiene análisis posible. Dios, que nos dio todo, nos pide todo también.
 
Cristo, nuestro ejemplo, el Camino, se dio enterito, hasta la última gotita de sangre, de agua, hasta el últimito suspiro que le quedaba antes de romperse el corazón colgado de un madero.
 
Me hace gracia la anécdota en la que un amigo converso me cuenta que, sin comerlo ni beberlo, en la infatigable persecución a la que le sometió Dios para que se diese cuenta de una vez de qué va la vida, le iba despojando de todos sus tesoros, caprichos y tonterías que le privaban de tener un encuentro auténtico con Cristo. Primero los coches, la casa que se había construido a capricho, el trabajo, incluso la tierra y la familia, los amigos… Casi todo. En su nuevo piso de alquiler y a miles de kilómetros de casa, no tenía ni sillas para sentarse pero guardaba en el garaje su triumph negra que le permitía darse el gustazo de romper con todo de vez en cuando.
 
Una buena mañana tocaron al timbre y unos amables señores se cobraron en la moto una vieja deuda. Se llevaron las llaves y el casco. Mi amigo me lo recuerda a menudo diciéndome: “Suso, no era todo menos la moto. Era todo, todo”.
 
Ese fue el último escollo entre su corazón y el rostro de Dios. La última estupidez a la que mi amigo rendía culto con la esperanza de ser feliz subido en una triumph. Hoy en día, la verdad es que no tiene una triumph, pero tiene de todo. Al menos, de todo lo que puede hacer feliz a un corazón humano. Tiene a Dios.
 
Esta noche es momento de darlo todo. No todo menos la moto, sino todo. No todo menos la vida, sino todo.
 
Digo esta noche porque el momento presente es lo único que tenemos por cierto. Mañana será otro día. O no será.
 
¿Esto qué tiene que ver con Medjugorje y la Virgen María? Pues lo estoy diciendo: Todo.