Hoy en día nos parecemos mucho al ciego que el Evangelio de hoy no muestra. No somos capaces de ver más allá de nuestro sentidos, deseos y conveniencias sociales. Intentamos mostrarnos a los demás aparentando lo que no somos. Buscamos que nos consideren “de los suyos” para no tener problemas. Nos olvidamos de lo que Cristo indica en este Evangelio: “Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”. Sin duda, cuando Cristo desaparece de nuestras vidas entramos en la noche oscura de la Esperanza. Lo podemos ver, escuchar y leer en todos los medios, tanto católicos como del mundo. Cuando hay desesperación vemos nuestro pecado en el hermano y le atacamos sin piedad. Somos como los herejes que san Hilario señala en este párrafo siguiente:
Si hubiera bastado una confesión cualquiera para la perfección de la fe, entonces se le habría dicho: ¿Crees tú en Cristo? Pero como casi todos los herejes habían de tener constantemente en sus labios este nombre para confesarlo como Cristo y sin embargo negarlo como Hijo de Dios, se exige para la fe lo que es característico de Cristo, a saber: que se crea en Cristo como Hijo de Dios. ¿De qué sirve creer en el Hijo de Dios, si se le cree como criatura, cuando la fe en Cristo exige de nosotros que creamos en Cristo no como criatura de Dios, sino en Cristo como Hijo de Dios? (San Hilario, De Trin. 1, 6)
Cuando al Esperanza anida en nosotros, vemos la imagen de Dios en el hermano. Cuando Dios desaparece del mundo, nos sentimos atacados y al mismo tiempo, atacamos a todo y a todos. Miramos mal a los demás porque vemos en los demás lo que hay en nosotros mismos. Si creemos en un cristo humano que sólo predica ser “buena gente” muy pronto nos sentiremos desbordados por las circunstancias que nos rodean. Si creemos que Cristo es el Logos de Dios, dado de sentido profundo a todo y a todos, encontraremos caminos de Esperanza en nosotros.
Cada día estoy más seguro que la Esperanza es el motor que hace que la Fe se haga más sólida y la Caridad sea algo natural en nosotros. Si tuviéramos la Fe del tamaño de un grano de mostaza (Mt 17, 20) podríamos plantarlo en la Tierra Sagrada, para que se convirtiera en un árbol que cobijara otras personas (Mt 13:31-32). Esa semilla necesita riego y abono, que son la Esperanza y la Caridad. Pero sin Esperanza, se marchitará como pasó a las semillas que calleron en terreno seco y pedregoso (Mt 13, 5-6).
¿Todavía crees en el Hijo de Dios? El ciego no dudó en creer en Cristo como Hijo de Dios ¿Qué nos pasa a nosotros? ¿Estamos tan secos y retorcidos que la Palabra de Dios ya no penetra en nuestros corazones? Tal vez sea así. Cada vez hay menos creyentes en el Hijo de Dios, Logos y Luz del mundo.
¿Y no hará Dios justicia a sus escogidos, que claman a El día y noche? ¿Se tardará mucho en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. No obstante, cuando el Hijo del Hombre venga, ¿Hallará fe en la tierra? (Lc 18, 7-8)