En México, desde el lunes 16 de agosto de 2010, es ya legalmente posible que dos personas del mismo sexo caricaturicen al matrimonio natural.
La "ley", ese moderno "dios" que suele ampararse en los dogmas del relativismo, del materialismo y el poder de los lobbies, tuvo la socarronería de reconocer el ayuntamiento homo y de llamarle "matrimonio". Y como imitación exigida bajo el disfraz del "derecho", la "ley" les otorga lo que la naturaleza les niega: unos "hijos".
No importa que los estudios científicos inviten a lo contrario; los argumentos no importan y las razones sobran. Es la tiranía del capricho y el capricho de la oligarquía gay, impulsada y aplaudida por la progresía hueca que avance al vaivén de lo políticamente correcto.
Huelga preguntarse si el jefe de gobierno de la capital mexicana daría en adopción a sus hijos a una pareja de lesbianas u homosexuales.
Está de más interrogar a los asambleístas del izquierdista PRD que votaron a favor -y también a los de otros partidos que no votaron y dejaron a merced del egoísmo a niños indefensos- si ellos hubieran elegido a dos "padres" o dos "madres" en lugar de un matrimonio como la naturaleza manda y seguramente ellos disfrutaron.
Ni para qué preguntarse si los nueve jueces de la Suprema Corte de Justicia de México darán el oportuno seguimiento a las consecuencias de sus retorcidas decisiciones a las que, además, han dado el traje de legales.
Curioso que ni el jefe del gobierno de la capital del país, ni los asambleístas del Distrito Federal, ni los nueve jueces (dos tuvieron el arrojo de votar en contra, se les aplaude y reconoce) que dieron la máscara de la legalidad a la posibilidad de adoptar por parte de homosexuales, hayan pensado en los niños, sino que únicamente hayan visto todo desde la perspectiva gay. ¿Por qué ninguno tuvo la delicadeza de pensar si los niños prefieren una realidad a la caricatura que les están imponiendo?