"Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa" (Sal 130(129),7).
El hombre siempre, de una u otra manera, ha tenido necesidad de la misericordia de Dios. Sin Él, somos nada; sostenernos en el ser es misericordia suya, no tenemos título alguno para reivindicarlo.
Pero, aunque siempre necesitado de misericordia, no siempre lo ha estado de redención. En el Paraíso, Adán al estar en comunión con Dios no precisaba ser rescatado del pecado, no había que enjugar la distancia entre Dios y el hombre, pues estaban unidos.
Después de la infidelidad humana al amor divino, el hombre necesita redención. Mas lo necesario no puede alcanzarlo, no puede llegar a ello. Sólo, si viene a él el rescate, será salvado.
Con frecuencia, los hombres esperan que venga de muchos sitios la liberación de las cadenas en que presos se encuentran. Pero solamente del Señor viene esa redención y únicamente de Él podemos esperarla.
Y ese venir de la redención es un llevarnos, es un hacer posible que vayamos. Su acercarse hace que sea un encuentro. Ni una mera conquista de nuestro esfuerzo, ni un pasivo recibir sin nuestra voluntad. Este encuentro maravillosamente lo palpamos en la comunión. El misterio pascual del Señor, el Sacrificio de nuestra redención, se hace presente en la liturgia, viene a nosotros y nos atrae hacia sí. El ministro deja atrás el altar y se acerca y los fieles caminan hacia la comunión.
Y recibimos una redención copiosa, sobre-abundante. No solamente la Cruz gloriosa nos ha quitado las cadenas, sino que nos ha reintegrado al lugar de hijos. Dios no nos ha tratado como a simples jornaleros libres.
El hombre siempre, de una u otra manera, ha tenido necesidad de la misericordia de Dios. Sin Él, somos nada; sostenernos en el ser es misericordia suya, no tenemos título alguno para reivindicarlo.
Pero, aunque siempre necesitado de misericordia, no siempre lo ha estado de redención. En el Paraíso, Adán al estar en comunión con Dios no precisaba ser rescatado del pecado, no había que enjugar la distancia entre Dios y el hombre, pues estaban unidos.
Después de la infidelidad humana al amor divino, el hombre necesita redención. Mas lo necesario no puede alcanzarlo, no puede llegar a ello. Sólo, si viene a él el rescate, será salvado.
Con frecuencia, los hombres esperan que venga de muchos sitios la liberación de las cadenas en que presos se encuentran. Pero solamente del Señor viene esa redención y únicamente de Él podemos esperarla.
Y ese venir de la redención es un llevarnos, es un hacer posible que vayamos. Su acercarse hace que sea un encuentro. Ni una mera conquista de nuestro esfuerzo, ni un pasivo recibir sin nuestra voluntad. Este encuentro maravillosamente lo palpamos en la comunión. El misterio pascual del Señor, el Sacrificio de nuestra redención, se hace presente en la liturgia, viene a nosotros y nos atrae hacia sí. El ministro deja atrás el altar y se acerca y los fieles caminan hacia la comunión.
Y recibimos una redención copiosa, sobre-abundante. No solamente la Cruz gloriosa nos ha quitado las cadenas, sino que nos ha reintegrado al lugar de hijos. Dios no nos ha tratado como a simples jornaleros libres.