Hay una pandemia mundial que está afectando severamente a la capacidad de amar. El ser humano padece que esclerosis cardiaca que incide directamente en sus sentimientos y a su voluntad. Continuamente me tropiezo con matrimonios desavenidos, rotos, desestructurados… Y en su momento decían que se amaban con locura, que contigo aquel clásico “pan y cebolla”. Pero parece que el amor actual tiene fecha de caducidad. Se malogra pronto como los productos de temporada o las flores de invernadero. Y es que hay demasiada “química”. Falta autenticidad. Donde esté un pata negra está asegurado el sabor y la fidelidad al producto con toda garantía.
Pero me encuentro con parejitas de recién casados, que por si fuera poco ya estaban conviviendo una larga temporada como pareja de hecho, que no les falta de nada en el hogar, con una buena posición social, y un cierto atractivo, que de la noche a la mañana deciden desconectar. Ya no se quieren. No les importan ni los hijos, ni la familia, ni la misma sociedad. Se “lían la manta a la cabeza” y ahí te quedas. Todo lo acumulado en el alma a la basura. Ya no eres nadie para mí. Creía que eras otra cosa. Me he cansado de amarte. El otro, o la otra, sí que me quiere de verdad. Tengo derecho a rehacer mi vida. Nada hay para siempre…
Y es que lo que llamaban amor era solo una baratija del “mercado sentimental” en oferta. El compromiso matrimonial es solo un capricho de adolescente, que cambia como el tiempo. Nuestra sociedad tiene ya poco de adulta. Vivimos en una nube que no nos deja ver lo esencial. La bruma del frenesí, la codicia, el aturdimiento nos está enloqueciendo. Hay muchos neuróticos sueltos. Entre jóvenes y mayores. Y con una humanidad tan deshumanizada es difícil contar. Nuestra auténtica crisis es de valores, humanos y cristianos. Cuando el hombre pierde de vista a Dios lo ve todo borroso, y encima le echa la culpa a los demás: al mismo Dios, a la Iglesia, a la sociedad, a la familia, a los “Reyes católicos”… Se nos ha olvidado entonar el “mea culpa”.
Dice Cicerón: Hay dos cosas que dan a conocer al verdadero amante: hacer el bien a la persona amada y padecer por ella, y esto de padecer es la prueba más palmaria del amor. No en vano la cruz es la señal del cristiano. Recuerdo el final del libro, y la película, Prueba de fuego. El padre del protagonista dice a su hijo, esposo que sale de una crisis matrimonial fuerte, señalando una cruz plantada en un descampado cerca de su casa:- Hijo, solo mirando la cruz comprendemos el amor verdadero. Y al final el hijo se abraza a la cruz y se abraza a su mujer con un amor renovado. En Tierras de nadie, Lewis se declara a su mujer con estas palabras: -¿Estás dispuesta a soportarme, a aguantarme?
Esta es la clave, el secreto, del amor auténtico. Todo lo demás son pamplinas. Un amor con fecha de caducidad, por una temporada, no es amor, es un simple capricho egoísta. Amar cuando todo va bien lo hace cualquiera, pero, ¿eso es amar? En estos días un matrimonio amigo, que tiene dos hijos muy pequeños y revoltosos, se han marchado a Bolivia para adoptar a una niña necesitada de afecto paterno y materno. Me mandan un E-mail con la foto de una niña preciosa de unos cinco años. Sobre sus espaldas han echado una nueva carga, pero es que ellos, a pesar de las dificultades, ambas espaldas las han convertido en corazón.
Me quedo con esta frase del genial Chesterton: Muchos hombres han tenido la suerte de casarse con la mujer a quien amaban, pero más suerte ha tenido el hombre de amar a la mujer con la que se caso.
¿Hasta cuánto estás dispuesto aguantar? Esa es la capacidad de tu amor. No hay más secretos. Lo demás es pura ficción.
Juan García Inza