Con frecuencia se oye que la segunda de las plegarias eucarísticas introducidas en el Ordo Missae promulgado por la Constitución apostólica Missale romanum de Pablo VI (3-abril1969) está compuesta sobre la base del llamado canon de San Hipólito, el más antiguo que conocemos. De esta manera se podría decir que la Plegaria Eucarística II: “Posee un sabor de cercanía a los apóstoles. Volver a celebrar hoy la Eucaristía en términos muy similares a los empleados por nuestros hermanos del siglo II, da a nuestra plegaria una raigambre y un sentido de perennidad y universalidad que la hacen más sólida”.
 
De hecho, la nueva legislación acaba con una tradición que la propia Constitución Missale romanum reconoce que había permanecido sin cambio desde los siglos IV ó V, por eso sorprende que se tienda a subrayar la presunta vinculación con fórmulas del pasado al tiempo que se alaban las novedades y adaptaciones a los nuevos tiempos introducidas al implementar la reforma litúrgica conciliar y posconciliar. Para Bugnini: “No se trata solamente de retocar una valiosa obra de arte sino, a veces, de dar estructuras nuevas a ritos enteros. Se trata, en realidad, de una restauración fundamental, diría casi de una refundición y, en ciertos puntos, de una verdadera creación nueva” (Doc. Cath., n°1493, 7 de mayo de 1967).

Encontramos así una de las manifestaciones más claras del “arqueologismo” denunciado por Pío XII en la Mediator Dei (1947) y que consiste en pensar que es necesario remontarse a los tiempos de la Iglesia primitiva para redescubrir el sentido verdaderamente cristiano de la liturgia.

Principio éste del arqueologismo que se ha utilizado también para justificar abusos, luego elevados a la condición de norma, como el de la recepción de la comunión en la mano y que constituye uno de los referentes argumentales de todas las reformas litúrgicas arbitristas porque dicho vicio asegura que la Iglesia perdió durante siglos el auténtico sentido litúrgico, para recuperarlo sólo hoy gracias, como es obvio, al trabajo de los “liturgistas”.
Conviene advertir, de entrada, que la multiplicación de plegarias eucarísticas y las deformaciones a que fue sometido el Canon romano —éste sí, venerable por su antigüedad— constituye un ataque contra la noción misma de “Canon” (regla inmutable).

El cambio fue introducido con la publicación de tres nuevas plegarias eucarísticas, las actuales II, III y IV, terminando así con la tradición romana de la unicidad de la anáfora (Decreto, 28-mayo1968). Posteriormente se han multiplicado las alternativas y actualmente la edición vigente en español del Misal Romano presenta un total de trece: las cuatro del Misal Romano; las diversas modalidades de la Plegaria Eucarística V (que de hecho son cuatro); las dos de Reconciliación y las tres de misas con niños.

Con todo ello, no solamente se ha alterado el Canon romano (por las modificaciones introducidas en él y que han dado lugar a la ahora denominada Plegaria Eucarística I ó Canon romano) sino que se ha perdido el carácter propio del Canon, es decir de plegaria fija, única, como la misma roca de la fe. Ahora las plegarias eucarísticas son intercambiables y podrán utilizarse unas u otras a merced de cada situación subjetiva, por no hablar de quienes recurren a textos no aprobados y sin entrar en el problema que plantean las traducciones. “¿Acaso estimaríais a los obispos y a los sacerdotes de tantas diversas naciones tan seguros y reflexivos, tan piadosos y santos y tan doctos como para escapar durante mucho tiempo a las formulaciones heréticas, cuando se vean privados de ese instrumento de expresión universal e inmutable que consiste la lengua latina y se vean reducidos a revisar, modificar y readaptar sin cesar las versiones en lengua nacional?” (padre Calmet, OP, escrito en 1971).

Lo que hoy se nos presenta como Plegaria de la Tradición Apostólica, Canon de San Hipólito o se denomina con otras variantes semejantes, procede de un texto que fue publicado en 1946 por Dom Bernardo Botte, OSB pero en realidad se trata de la reconstrucción ideal, de una hipótesis cuyo editor presentó, prudentemente, bajo el epígrafe: “Essai de reconstitution”.

Se trata por tanto de la reconstrucción de una plegaria escrita probablemente en griego pero de la que solamente nos han llegado traducciones incorporadas a otros documentos sin que resulte fácil distinguir las citas y las adaptaciones.
 
Dom Botte supuso la existencia de un arquetipo, de fondo común a todos estos documentos y lo denominó “Tradición apostólica”. Pero dicha “Tradición” no se conserva ni nos ha llegado en ningún manuscrito de la Antigüedad, no existe, es el resultado de una hipótesis.

Tan curiosa aún, o más, resulta la trayectoria de San Hipólito (cuya fiesta litúrgica se celebra el 13 de agosto). Vinculado a la Iglesia de la capital del Imperio, hay razones para pensar que era de origen oriental: de hecho es el último autor cristiano de Roma que utiliza el griego y revela un gran conocimiento de la filosofía y teología helenista.

Enemistado con el papa Ceferino y su consejero e inspirador Calixto en relación con la doctrina de Sabelio, su enfrentamiento se agudizó a raíz de la elección del segundo (217-222). Hipólito fue elegido obispo de Roma por un círculo reducido pero influyente siendo considerado el primer antipapa. A la muerte de éste, siguió Hipólito al frente de su comunidad separada pero en la persecución de Maximino el Tracio (235-238) los jefes de las dos comunidades de Roma, el papa Ponciano y él, fueron desterrados a Cerdeña donde murieron poco después. Hipólito se reconcilió con la Iglesia y murió en el destierro siendo sus restos trasladados a Roma con los de Ponciano y venerado como mártir.


El nombre de Hipólito fue poco después olvidado y gran parte de sus obras desaparecieron hasta que fueron recuperadas a partir de 1851. En 1551 se descubrió una estatua de mármol que contiene las tablas del cómputo pascual y una relación incompleta de sus obras (Cfr. ALTANER, Berthold, Patrología, Espasa-Calpe, Madrid, 1962, 169174; TREVIJANO, Ramón, Patrología, BAC, Madrid, 1994, 614).

Por lo que se refiere al mal llamado “Canon de Hipólito”, su texto probablemente nunca se pronuncio como tal porque este autor no nos transmite una fórmula fija y obligatoria sino un modelo para improvisar. Más difícil aún resulta probar —como algunos pretenden— que exista continuidad entre el texto de la Tradición Apostólica y el Canon romano puesto que al tratarse Hipólito de alguien opuesto a la jerarquía romana hasta el punto de proclamarse “anti-papa” es muy probable que presente su anáfora como algo opuesto a la plegaria eucarística entonces empleada en Roma.

Por último, las divergencias entre la Plegaria II y el presunto Canon de Hipólito son tan numerosas que puede hablarse de dos textos radicalmente distintos por más que en la citada Plegaria del Misal de Pablo VI se utilice alguna expresión tomada del texto reconstruido por Dom Botte, al tiempo que se suprimen otros como la significativa alusión al demonio que ha desaparecido en la plegaria posconciliar:

Él, confrontado a la pasión, la aceptó voluntariamente,
para superar la muerte,
librarnos de la esclavitud del demonio,
vencer el dominio del mal,
iluminar a los que buscan la justicia,
llevarlo todo a su plenitud y manifestar la resurrección.

Menos aún cuadran las características de la teología patrística de los primeros siglos del cristianismo con un texto como el de la Plegaria II caracterizado por su brevedad y del que los Cardenales Ottaviani y Bacci afirmaron que “Se ha señalado entre otras cosas que esta “Plegaria eucarística II” puede ser empleada con toda tranquilidad de conciencia por un sacerdote que ya no crea en la transubstanciación ni en el carácter sacrificial de la Misa; esta plegaria eucarística puede muy bien servir para la celebración de un ministro protestante”. Y eso porque no aparecen en esta Plegaria alusiones ni a la Oblación ni a la Víctima. Como afirmaría poco más tarde el Hermano Max Thurian, de la comunidad protestante ecuménica de Taizé: “Las comunidades no católicas podrán celebrar la Santa Cena con las mismas oraciones que la Iglesia Católica. Teológicamente, es posible”.



El texto antiguo ha sido modificado y repensado de tal modo que la plegaria es, en definitiva, una creación nueva. Y no, ciertamente, como resultado de una madura deliberación. Ante las quejas de Bouyer y de otros miembros del Consilium ad exsequendam Constitutionem de sacra Liturgia por el texto que Bugnini había preparado como plegaria eucarística II, éste aceptó realizar algunos cambios pero les dio un tiempo perentorio para presentarlos: tenían apenas unas horas. Cuenta Bouyer que a él le daba cierta aprehensión cuando veía esa plegaria en el Misal y recordaba las circunstancias concretas de su composición de manera apurada en la mesa de una trattoria del Trastevere. Bouyer había salido de la reunión del Consilium dispuesto a renunciar. Fue a almorzar con Dom Botte a una trattoria del Trastevere y allí, el benedictino logró convencer al oratoriano de que permaneciera en la Comisión y que prepararán allí mismo la redacción definitiva.

En resumen, la Plegaria Eucarística II es la adaptación (censurada) de la hipotética reconstrucción elaborada a partir del denominador común de una serie de plegarias. El autor del texto así propuesto, si es que realmente existió alguna vez, fue un anti papa que trataba de oponerse al Canon romano (cfr. La messe a-t-elle une histoire?, Editions du MJCF, París, 2002, pp.149150).
Parece difícil encontrar unos orígenes más dudosos.

Y sigue siendo cierto lo que sostenía Louis Bouyer, uno de los principales promotores de la revolución litúrgica:

El Canon romano, tal como es hoy, se remonta a San Gregorio Magno. No hay ni en Oriente ni Occidente ninguna plegaria eucarística que, permaneciendo en uso hasta nuestros días, pueda invocar tal antigüedad. No sólo según el juicio de los ortodoxos sino también según el parecer de los anglicanos e incluso de aquellos de entre los protestantes que han guardado algún sentido de la tradición, rechazar este Canon equivaldría por parte de la Iglesia romana a renunciar para siempre a la pretensión de representar la verdadera Iglesia Católica” (cit.por Ottaviani-Bacci, ob.cit.).