Ayer, en honor a Santa Teresa Benedicta de la Cruz, estuve repasando por la noche su autobiografía que en español, en "Editorial de espiritualidad", se tituló "Estrellas amarillas". Figura por supuesto en sus obras completas, 5 volúmenes muy respetables publicados por Monte Carmelo-Editorial de Espiritualidad.
Ella comenzó a escribir esta autobiografía desde su nacimiento y recuerdos infantiles y llegó hasta su etapa en Friburgo, en 1916, cuando logra el doctorado. Abarca de manera muy amplia sus años académicos y se ve con qué pasión, con qué interés, con qué amor, describe su formación académica y sus preciosos años (no exento de dificultades, claro) en la Universidad de Breslau, luego Gottinga y su paso por Friburgo.
Conociendo sus experiencias académicas así como su proceso personal, se puede determinar hasta qué alto grado Edith Stein era una verdadera intelectual, una mujer dedicada al pensamiento y a la filosofía, trabajando con los filósofos de su tiempo, especialmente su director de tesis, Husserl (la fenomenología) y algunos más (Lipps, Reinach, Max Scheler...).
Quien se dedica a la vida intelectual y al estudio ha de poseer un carácter reflexivo, pensándolo todo, observando la realidad y las cosas, escuchando más que hablando, porque sólo poseyendo hondura interior se puede llegar a alcanzar un pensamiento propio. Así era ella de niña y así fue su carácter:
"En la escuela, mi comportamiento era callado y sereno, cosa que asombraba a toda la familia. Pero esto se debía a que yo me había sumergido en mi mundo interior. En parte también se debía a la forma inadecuada con que los mayores acostumbran a tratar a los niños. Cuando comenzaba a hablar de algo que consideraban inapropiado para mi edad, se reían y lo tachaban de innecesaria curiosidad. Por eso prefería permanecer en silencio y no decir nada. En la escuela fui bien considerada. Quizá dijese en las clases algunas cosas que la mayoría de mis compañeros no entendían. Yo no lo percibía y los maestros no lo daban a entender más que distinguiéndome con buenas notas" (Cap. 2).
La riqueza de quien destaca como intelectual, o posee una vocación intelectual, es un mundo interior riquisímo que alberga ideas, reflexiones, análisis, así como emociones, sentimientos que se dominan con reserva, ideales y deseos profundos. Busca en su mundo interior certezas, y jamás actúa ni habla por impulso, sino con luz. Ella, Edith Stein, se describe:
"Y es que yo no podía actuar mientras no tuviera un impulso interior. Las decisiones que yo he tomado, siempre procedieron de una hondura que yo misma desconocía. Una vez que algo subía a la clara luz de la conciencia y tomaba firme forma racional nada podía detenerme. Ciertamente experimentaba una especie de placer deportivo en emprender lo aparentemente imposible" (cap. 4).
Le parecía casi ofensivo (cap. 5) ver a los muchos universitarios que vivían pasando el tiempo, sin interés por nada, apáticos, sólo para pasarlo bien, sin vocación ni ideales de futuro, "abúlicamente" dice ella, mientras Edith vivía intensamente una etapa de ciudadanía académica y de "libre entrada a las ciencias del espíritu de la humanidad". ¡Ese era su mundo: la Facultad, la investigación, el pensamiento, la lectura, la búsqueda, el uso de la inteligencia! ¡Ese era su ámbito: la Facultad, la reflexión, la escritura!
"Participé en la vida de esa "alma mater" como pocos estudiantes lo hacen, y me parecía que había sido injertada en ella de tal modo que no podría separarme voluntariamente de ella. Pero en esto, como más tarde tantas veces en la vida, yo pude romper los lazos tan aparentemente fuertes con un simple movimiento y volar libre como un pájaro que rompe su atadura" (cap. 5,5).
Los libros eran su pasión. Necesitaba criterios, ideas, perspectivas distintas, profundizar los temas de las diferentes asignaturas. Y lo hacía con un criterio de discernimiento y asimilación personal, confrontándose con aquello que leía: "por vez primera encontré aquí lo que habría de experimentar siempre en mis posteriores trabajos: los libros no me sirven de nada hasta que yo no me he clarificado la cuestión en una elaboración personal. Esta lucha por la claridad se cumplía ahora en mí a través de grandes sufrimientos y no me dejaba descansar ni de noche ni de día" (cap. 7,2).
De hecho, incluso como profesora en el Instituto y luego docente en las Dominicas de Spira, jamás usaba bolso: siempre llevaba varios libros bajo el brazo.
Apasionante es la descripción que hace de la redacción de su tesina que hoy aquí llamaríamos de licenciatura, como breve paréntesis antes de su tesis doctoral sobre la "Empatía". Era auténtica fruición de encerrarse ante la máquina de escribir y volcar en el papel su pensamiento, estructurado, queriendo ofrecer aportaciones personales. Mayor aún su entrega -y también su dificultad- para la redacción de su tesis doctoral.
Estos trazos fugaces nos muestran cómo Edith Stein, la carmelita descalza Teresa Benedicta de la Cruz, fue una verdadera intelectual y así enriqueció el pensamiento filosófico y luego la vida de la Iglesia. Ser intelectual es un don que requiere una respuesta, sí; requiere aptitudes, sí; requiere pensamiento y lectura, sí. No cualquiera es intelectual (hay tanto intelectual suelto... y son solamente actores o directores de cine...). Y además, lo intelectual es una gracia para el mundo y para la Iglesia que debe ser valorado. Por último, para jóvenes y universitarios, Edith Stein puede ser un acicate para aprovechar al máximo una etapa determinante en la vida.
La figura de Edith Stein, en esta dimensión, es un desafío.