Estamos en pleno verano. El agua se convierte en estos días en la gran protagonista. Las playas, los ríos, las piscinas son verdaderos  hormigueros humanos que buscan, que buscamos, un poco de alivio y entretenimiento. En verdad es un placer flotar en el agua, dejarte mecer por las olas, bucear para contemplar la intimidad del mar. Todo esto es bonito, un regalo de Dios.
                               Pero el verano no es solo eso. Es también tranquilidad, paz, silencio, oración, lectura, formación… En estos días abundan las convivencias, los retiros, el encuentro con la naturaleza, el ejercicio físico y el espiritual. Y también la cita con el tiempo fuertemente añorado,  que parece que ahora corre más despacio en un reloj un tanto perezoso. Tiempo  para cultivar la amistad con Dios y con los demás. Me agrada mucho ver familias al completo a la orilla del mar, o bajo unos árboles jugando sin prisas con la vida.
                               Y en este marco estival me tropiezo con dos testimonios cristianos, dos perlas que se convierten en brisas para el alma. Una de Gabriel Marcel, converso, que escribió en su diario el día de su bautizo: Día 5 de marzo de 1929. Ya no dudo. Milagrosa  felicidad esta mañana. He hecho por primera vez claramente la experiencia de la gracia. Estas palabras son escalofriantes, pero así es. He sido al fin cercado por el cristianismo, y he sido sumergido. ¡Feliz inmersión! Pero no quiero escribir más. Y, sin embargo, tengo como necesidad de ello. Impresión de balbuceo… es en verdad un nacimiento. Todo es de otro modo” (“Ser y tener”, Caparrós,  Madrid 1995).
                               Y todo ello es causa de nuestra alegría, que brota desde el interior del ser sin poderla contener, y sin quererla disimular. La alegría es una virtud netamente cristiana. El día del bautismo se plantó en los surcos de nuestra alma, y brota en cada instante que se la riega con la gracia de Dios. No es fácil explicarlo. Nace, crece y se ofrece con naturalidad. Nada más. Decía P. Wust: “Un pez sale del agua y vuelve a ella no pudiendo explicar la experiencia a otro pez…Por eso yo nunca he hablado de esta alegría a no ser que me lo pidan… Muchos católicos se extrañan de esta alegría, y debería iluminar sus almas, si tienen la fe viva. Habría entonces muchos más creyentes en el mundo… la alegría iluminaría la verdadera vida que sobrepasa a toda inteligencia” (“Testimonios de la fe. Relatos de conversiones”. Rialp, Madrid, 1959).
                               Son muchos los que gozosamente han sido “cercados por el cristianismo”, pero no hacen ruido. Se oye más a los que gritan contra Dios y su mundo… Estos alborotadores han sido cercados por la increencia, por el odio al Espíritu… Y no saben salir de ese campo de concentración. No pueden estar contentos. La alegría verdadera está en los que felizmente experimentan la inmersión en el mundo del alma. El verano puede ser un tiempo oportuno para hacer esta experiencia de fe. Si algún lector se anima nos puede contar su bonita aventura. Seguro que no será tan impresionante como esa niña disminuida, que la madre no quiso abortar, y que la semana pasada daba un concierto de piano con sus cuatro deditos ante miles de peregrinos en Medjugorje. La madre estaba feliz. No es para menos.   Ellos también han sido “cercados por el cristianismo” y no lo disimulan.
                               Juan García Inza
                           juan.garciainza@gmail.com