Pero están los que subvierten los términos, y después de subvertirlos, pasan ellos por víctimas y acusan a los que piden la verdad de calumniadores. Esto ya es directamente rechazable y censurable. Y los que de tal forma actúan ya no pueden seguir siendo considerados “buenos”. Son más bien canallas. Y tú, que les das crédito, quizás seas bueno, pero eres tonto, eres muy tonto.
Porque si yo, un día cualquiera, descubro que mi hermano me miente, me engaña y pretende hacerme creer que algo es lo que no es, y me oculta la realidad de lo que está haciendo, y me oculta sus verdaderas intenciones, y además me pide que mire hacia otra parte y siga trabajando a su lado en algo cuya verdadera naturaleza desconozco, entonces soy yo la VÍCTIMA de un engaño. Y le pido a mi hermano en primer lugar que me diga la verdad, a mi sólo, en privado, a la cara.
Pero si mi hermano persiste en engañarme, se resite, patalea, lo niega todo, y para defenderse empeza a acusarme a mí de ser un malvado, un malintencionado, un calumniador, un resentido, un soberbio, un envidioso, entonces cada vez me siento peor, claro. Sin embargo, esto debe ser muy difícil de entender para algunos, pero eso es sólo porque son tontos, sois muy tontos.
Y entonces yo decido no seguir colaborando con mi hermano es esas “muy nobles tareas”, que por supuesto ya no son tan nobles, pues ocultan una MENTIRA, un engaño, y todo lo que se edifica sobre la mentira ni es de Dios ni puede serlo. Y entonces me voy. Pero paso a ser un traidor.
Entonces yo soy el responsable de una campaña de difamaciones y calumnias hacia mi hermano, que resulta ejemplarizante en su paciencia, en su saber sufrir callado, en su no dar respuesta ¡Que dechado de virtudes! Resulta ser como un yunque, que soporta todos los golpes. Y ¡oh, inicuo de mí! Yo soy el malvado que golpea a mi hermano, que muerto de envidia por su relumbrón como hombre bueno y santo, roído por los celos, la soberbia y el resentimiento, quiere acabar con él y con sus magníficas obras.
Pero en la soledad de mi habitación, no dejo de pensar que mi hermano me mintió y me engañó a mi, y que lo único que hice fue pedirle que dijera la verdad, y después fui a decirle a papá que él estaba mintiendo y engañando. Pero ni mi hermano ni papá hicieron nada, la mentira continuó y yo pasé a ser un traidor envidioso resentido y soberbio. Y tú, que eres tan tonto, vas y te lo crees. Y claro, entonces empecé a sentir ganas de irme de casa.
Justo entonces aparecieron los de la ¡unidad, unidad, unidad! ¿Qué es eso de que te vas a ir de casa? ¡La familia unida por encima de todo y para todo! ¿Por encima de la mentira y para la mentira? Verás, papá, es que yo no quiero. Y vuelvo a la habitación y medito en silencio: “bueno, como yo ya soy un traidor, un resentido, un envidioso y un soberbio, en realidad ya no tengo nada que perder. Por otra parte veo a todos esos que son víctimas de un monumental engaño. Y además está ese selecto grupito de los que también se han convertido en traidores, soberbios, resentidos y envidiosos. ¿Acaso romperé más la “unidad” si digo la verdad? ¿O quizás esa verdad contribuya a la verdadera unidad?”
Total, cuanto más insistieron en que yo era un traidor, soberbio, envidioso, resentido y malicioso, más libre me hicieron. Y es que son muy tontos, muy tontos, muy tontos.