Piensa, Señor, en tu alianza, no olvides sin remedio la vida de tus pobres. Levántate, ¡oh Dios!, defiende tu causa, no olvides las voces de los que acuden a ti (Sal 74(73), 20.19.22.23).
El hombre fue creado en comunión con Dios. Por eso, antes del pecado, en el paraíso, no eran necesarias las alianzas. Se alían los que están separados para formar una unión; en la Historia de Salvación, para re-conciliar, para que la unión destruida entre Dios y el hombre se restablezca. Pero la alianza con Dios no es entre iguales. Aunque le impele el amor al hombre, no la necesita; en cambio, nosotros sí y no tenemos nada que ofrecerle. Por parte divina, absolutamente gratuita y, por la nuestra, inmerecida.
Con divina pedagogía, la historia va siendo jalonada con distintos pactos que van educando al hombre y preparándole para la nueva y definitiva alianza, cuya ley no se inscribirá en una piedra sino sobre los corazones (cf. Jer 31,31ss). Y esa ley es el amor crucificado.
En la Eucaristía, se actualiza, se hace presente la alianza sellada, de una vez para siempre, en la sangre del Cordero y nosotros, en mayor profundidad que aquellos que subieron con Moisés al monte en relación a la alianza delSinaí (cf. Ex 24), somos testigos, pues en fe contemplamos el misterio.
Dios, por medio de la Cruz, ha hecho de nuestra causa, su causa; en la Alianza sellada con su sangre y a la que nos hemos adherido en el bautismo, nos hemos hecho suyos. Si antes, murió por nosotros, con cuanta más razón, siendo ya hijos suyos, se interesará por nosotros.
Pero esta Alianza, no nos hace dueños de Dios:
Con divina pedagogía, la historia va siendo jalonada con distintos pactos que van educando al hombre y preparándole para la nueva y definitiva alianza, cuya ley no se inscribirá en una piedra sino sobre los corazones (cf. Jer 31,31ss). Y esa ley es el amor crucificado.
En la Eucaristía, se actualiza, se hace presente la alianza sellada, de una vez para siempre, en la sangre del Cordero y nosotros, en mayor profundidad que aquellos que subieron con Moisés al monte en relación a la alianza delSinaí (cf. Ex 24), somos testigos, pues en fe contemplamos el misterio.
Dios, por medio de la Cruz, ha hecho de nuestra causa, su causa; en la Alianza sellada con su sangre y a la que nos hemos adherido en el bautismo, nos hemos hecho suyos. Si antes, murió por nosotros, con cuanta más razón, siendo ya hijos suyos, se interesará por nosotros.
Pero esta Alianza, no nos hace dueños de Dios:
También está escrito: "No tentarás al Señor tu Dios" (Mt 4,7).
Por ello, a la Eucaristía acudimos con la confianza y la esperanza de los hijos, mas también con la humildad de quien se sabe pobre y, como indigente, se sitúa ante Dios. A quien nos ha dado todo, pues se nos da a sí mismo, le pedimos todo: que nos divinice y proteja esa vida divina que nos ha dado por su Cruz gloriosa.