El pasado 14 de octubre del año en curso, el Papa Francisco, canonizó a siete nuevos santos, entre ellos a Pablo VI y Mons. Romero. En las siguientes líneas, reflexionaremos sobre una actitud que marcó el pontificado del Papa Montini y que nos sirve para los católicos de hoy.
En la Iglesia, pasa que nos preocupa mucho todo lo relacionado con las estadísticas y, como aproximación al estudio de la realidad, no está mal, pero es posible que frente al porcentaje de personas que han dejado la fe, nos venga un sentimiento de derrota, de “cierra y apaga”, pensando en que hemos fracasado. Ciertamente, el éxito, cuando surge del esfuerzo sincero, del trabajo, es algo bueno, pero el problema está cuando pensamos que rebajar la fe; es decir, la verdad práctica que engloba traerá una oleada de personas. Repetimos, calidad y cantidad, está perfecto, pero si tenemos que elegir entre la fidelidad a Jesús o el éxito, toca echar un vistazo a la vida del Papa Pablo VI y optar por la primera opción, porque justamente ahí está el secreto del cristianismo. Esa minoría creativa de la que ya nos hablaba el entonces joven teólogo, Joseph Ratzinger.
Licuar, minimizar, eliminar, fragmentar la fe, no sirve de nada. El que esto escribe, recuerda un proyecto de promoción vocacional en la que una inmensa mayoría, al votar por el logo de la iniciativa, decidió omitir, ¡nada más y nada menos, que la cruz, por considerarla muy agresiva!, ¿el resultado? Ningún joven se interesó, porque los pocos que se acercaron, lejos de encontrar una identidad clara, descubrieron un planteamiento acomplejado. Por eso, fidelidad por encima de todo y no solamente en cuestiones simbólicas como el ejemplo anterior, sino de manera especial en la propia vida, en las acciones.
Pablo VI fue un Papa que supo dialogar, actualizando las vías de dar a conocer la fe, lo cual, siempre ha sido -y será- necesario, pero sin buscar el éxito a cualquier precio, pues la Iglesia no puede renunciar a su tarea de confrontar las estructuras de pecado. Cuando se trata de cosas positivas, debe ser la primera entusiasta en apoyarlas. De ahí que Pablo VI, por ejemplo, cuando el primer hombre llegó a la luna en 1969, se interesara tanto por el tema del espacio. En cambio, al tratarse de cosas que atenten contra la dignidad humana, deberá oponerse sin miedo, aunque nunca desde la violencia verbal o ideológica, sino explicando pacientemente, basada en razones de peso, el motivo por el que tal cosa es inaceptable, planteando otras opciones que sean coherentes con la ética cristiana que forma parte de su identidad. Fue lo que hizo a lo largo de sus intervenciones y de los documentos magisteriales de su pontificado que, en nuestros días, son un modelo de redacción y profundidad, pues supo tratar temas verdaderamente complejos, a los que no rehuyó ni reaccionó sin antes sopesarlos.
Como Pablo VI, ahora ya canonizado, buscar primero la fidelidad. De ahí, parte todo lo demás.