Entre algunas cosas que vale la pena recordar de los últimos meses encuentro el discurso del presidente de la Conferencia episcopal, Cardenal Omella, pronunciado en la Plenaria, que sigue de actualidad y merece una reflexión sobre el estado de la Iglesia y de la sociedad.
Algunos temas centrales se refieren a la Iglesia católica en España y su misión evangelizadora, la percepción de una parte de la sociedad sobre la Iglesia, el drama de la abusos sexuales, el matrimonio y la familia, la objeción de conciencia y la libertad en el debate público.
La Iglesia tiene la misión fundamental de servir como instrumento de unión y seguimiento de Jesucristo, con su capacidad de enseñar, santificar, gobernar y discernir. Y lo hace con un espíritu de sinodalidad, es decir, de participación de todos los fieles en el discernimiento del camino de la santidad como llamada a todos.
Sin embargo parte de la sociedad y de los medios tienen una percepción limitada de ella, como señalaba Omella: «En la actualidad, la Iglesia católica es una gran desconocida para muchos conciudadanos nuestros. El afeo sistemático de esta gran familia por parte de algunos medios de comunicación y de diversos agentes sociales y políticos contribuye a que no se conozca el verdadero rostro y misión de la Iglesia».
En efecto, «La tentación de los poderes públicos respecto a la Iglesia se ha movido entre dos extremos: verla como un enemigo, o tratar de apoderarse y servirse de ella. Conviene recordar que la Iglesia no tiene intereses económicos, geoestratégicos ni ideológicos particulares. Como nos recuerda el Concilio Vaticano II en Gaudium et spes, n. 3, la Iglesia “solo desea continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad (cf. Jn 18, 37), para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido (cf. Mt 20, 28)”».
Añadía que pesa sobre toda la Iglesia el dolor por los abusos, en particular los cometidos por algunos eclesiásticos y otros miembros de la Iglesia, así como las medidas puestas para atender a las víctimas, y los medios para impedir que se repitan.
Sobre el matrimonio y la familia:
«La Iglesia desea presentar la belleza del matrimonio, de la unión fiel y definitiva entre un hombre y una mujer abiertos a la vida. Que la Iglesia celebre el matrimonio es una auténtica profecía para el mundo».
La familia es la cuna de la vida y del amor donde nacemos y crecemos. Por ello, se ha de afirmar la prioridad de la familia como primera forma de sociedad respecto al resto de instituciones sociales y también del Estado. La familia, en tanto que sociedad natural básica, no está, por ello, en función de la sociedad y del Estado, sino que la sociedad y el Estado están al servicio de la familia para que pueda llevar a cabo la misión propia de educar a los hijos. La tentación del poder político estatalista consiste en invertir esta realidad, y soslayar el principio de subsidiariedad, como si los hijos fueran del Estado antes que de los padres.
Sobre las ideologías
Mons. Omella reconoce que «Son cuatro los únicos puntos que son objeto de fricción con el modus vivendi de las ideologías pujantes en este momento. Unas ideologías que se autodefinen como progresistas, pero que ya hemos vivido en otros momentos de nuestra historia antigua, como sucedió durante el ocaso del imperio romano o griego. Esos cuatro puntos objeto de rechazo y ataque por dichas ideologías son: la visión católica del ser humano, la moral sexual, la identidad y la misión de la mujer en la sociedad, y la defensa de la familia formada por el matrimonio entre un hombre y una mujer. Estos son aspectos por los que estamos enormemente cuestionados por algunas ideologías, que no toleran la visión de la Iglesia y la menosprecian. Podemos pensar diferente sin tener que ser atacados. Todos merecemos respeto».
Sobre las libertades
Hay libertades que están en peligro: « Uno de los parámetros de la salud de una democracia es la libertad real para el debate público y para las iniciativas que surgen de la sociedad civil. Fenómenos como el de la llamada “cultura de la cancelación” establecen un clima asfixiante para quien se atreva a discrepar de los nuevos “dogmas”. La Iglesia promueve el respeto a la diferencia, y defiende el principio de subsidiariedad del Estado en su acción, el cual ha de proteger la libertad de los ciudadanos permitiéndoles defender respuestas y soluciones diversas a las «políticamente correctas”».
Sobre la objeción de conciencia:
«La objeción de conciencia es un derecho necesario en la vida democrática, es una garantía de verdadera convivencia, ya que permite un espacio seguro para todos frente a cualquier tentativa de abuso del poder o de imposición de la opinión mayoritaria. Es una inquietante paradoja que mientras nuestra cultura exalta una libertad sin vínculos, se pretenda reducir el ejercicio concreto y real de la libertad. Reducir la protección jurídica de la objeción de conciencia, degradaría nuestra convivencia y nos acercaría a los usos propios de los Estados totalitarios».
Son unas palabra iluminadoras que representan a los obispos españoles en un tiempo con pocas referencias sobre la vida y la libertad, el matrimonio y la familia, y con unas aventuras peligrosas en la ley de enseñanza.
Son unas ideas que manifiestan la postura clara de la Iglesia sobre cuestiones importantes a la vez que señalan un camino amplio para la convivencia social, apoyados en tantos logros ya alcanzados en el diálogo con el poder político.
Tenía razón aquel pensador al advertir que una sociedad que olvida su pasado ignora que habitamos mundos de segunda mano, y que el arrogante llega cree que sólo tiene contemporáneos. Jesús Ortiz López