Desde que hace unos meses un verdadero especialista en el tema al que nadie niega ya su autoridad en él, Mayor Oreja, anunciara que el Gobierno volvía a establecer contactos y negociaciones con la ETA, muchos son los indicios de que efectivamente lo está haciendo. Nada por evitar la presentación de las candidaturas filoetarras a futuras elecciones, aproximaciones de significados presos etarras al País Vasco a cambio de unas cartas de arrepentimiento que las víctimas aseguran no haber recibido...
La propaganda pesoíta, la explícita y la subliminal, ha insistido siempre y continuará haciéndolo en que la de la generosidad es la única vía para el final de la violencia en el País Vasco, vale decir en España, que de dicha violencia hemos sido víctimas todos los españoles.
La tesis no es aceptable al día de hoy. Por un lado, está archidemostrado, por si hacía falta hacerlo, que la vía más eficaz, la única eficaz en realidad, para la liquidación del terrorismo separatista vasco era y es la policial: ya lo hizo Aznar y lo hace ahora, durante los apenas dos años en que la ha practicado, un gobierno tan recalcitrante a ella como el pesoíta. Una verdad perogrullesca, esta de que la vía para acabar con el terrorismo es la policía, pero de la que tanto ha costado convencer al pueblo español y a sus sucesivos gobiernos. Y cuya tardanza en el reconocimiento es la que ha llevado a España al enorme retraso con el que ha resuelto su problema terrorista, tres décadas después de que lo hicieran los italianos, dos más tarde de que lo lograran los alemanes, y una más tarde de que lo consiguieran los británicos, por hablar de los tres grupos terroristas europeos contemporáneos de la ETA, a saber, Brigadas Rojas, Baader Meinhoff e IRA.
Por otro lado, ha quedado visto para sentencia que la vía de las concesiones políticas sólo ha conducido al rearme moral y material de los terroristas, a su envalentonamiento en la constatación de que los atentados recibían premio, y a la prolongación, en definitiva, de un terrorismo que dura ya más de cincuenta años. Para ilustrarlo con un ejemplo suficientemente llamativo, once más que la dictadura franquista.
Demostrada pues de manera tan pertinaz la ineficacia de la vía política y la eficacia de la policial, la pregunta es: ¿a qué esa insistencia por parte del Gobierno en la negociación y en la implementación de unas medidas de innecesaria generosidad para con quienes tanto odio y tanta sangre han vertido y por otro lado, tan laxamente castigan, -véanse los quince años que pagó De Juana por sus veintitrés asesinatos- las leyes españolas?