Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 27
El Parlamento Europeo ha dado una patada adelante al balón de la propiedad intelectual dentro de Internet. Pasado el verano se planteará la votación, otra vez, sobre los contenidos colgados y existentes en las páginas digitales y la legalidad de su utilización por las grandes plataformas que mantienen el liderato de circulación de datos y noticias.
Mientras, un amigo se encuentra con una noticia que lo ha dejado casi fuera de juego: el jurado de un premio de novela ha comunicado a este señor, que han descubierto cómo le han copiado y pegado una obra suya firmada y colocada en la red desde hace varios años. El pobre plagiado, copiado y robado anda como alma en pena buscando consejo jurídico para empapelar al ladrón de letras y líneas que ha presentado a concurso.
El mundo de las malas copias ya comenzó en los tiempos apostólicos, cuando los evangelistas pusieron por escrito las Buena Noticia evangélica predicada por Jesús de Nazaret, naciendo como setas otoñales obras apócrifas atribuidas a otros discípulos del Señor, problema que la Iglesia primitiva tuvo que abordar desde la responsabilidad de la Tradición y la Revelación del depósito de la fe a los autores sagrados canónicos, que hoy leemos en la Sagrada Biblia, como Palabra de Dios. Siendo el verdadero y único autor la inspiración del Espíritu Santo.
Por cierto, está agotado el libro titulado Los evangelios apócrifos, pero se puede encontrar en varios lugares de venta de libros existentes en el mundo digital. Tales copias falsas tienen su encanto leerlas, porque demuestra a las mil maravillas la capacidad casi infinita de la imaginación humana, y el insano interés de confundir a las primeras comunidades cristianas nacidas al calor de los viajes de los valientes misioneros que pisaban las orillas del mar Mediterráneo en torno a los tres primeros siglos de la era cristiana.
De hombres apócrifos está llena la sociedad actual. Son las copias falsas pululantes en el mundo comercial donde las marcas son tan apreciadas, pero que la industria sumergida en los sótanos de la explotación laboral elabora por un salario de miseria para sacarlos a la venta como si fueran hijos de los autores de la firma. Son los pavos reales fotografiados junto a jubilados políticos de oro, que demandan una millonada por una charlita incluida la foto, donde el imitador desea demostrar disponer de más altura y musculitos que el envejecido líder viviente del cuento de nunca acabar, pero sí cobrar por aparentar y vender imagen.
Pobres apócrifos, siempre es mejor quedarse con el original que con la copia. Aunque algún original debe pasar al armario de los trastos rotos, porque ha demostrado no servir para volver a un ruedo, donde los astados son astifinos y la juventud llega achuchando pidiendo su lugar a la hora de renovar y actualizar el entramado ideológico y moral de una formación, que hace tiempo decía que lo importante era la economía y nunca la ideología.
Sí importan y mucho las ideas firmes y seguras, en una sociedad donde la relatividad es absoluta y los principios se venden por otros aunque digan lo mismo de otra manera diversa y pisen las marcas del campo de la legalidad constitucional, persiguiendo una independencia utópica, supremacista, racista y completamente imposible. No se pueden dar alas a los chalados, aunque estén encarcelados en hoteles de cinco estrellas, porque pretender volar con alas pegadas con engrudo de harina lleva a estrellarse cuando el tórrido sol veraniego seque las mentes y el pegamento sujetador de las alas que de angelitos no tienen ni la cara, ni nada. Son delincuentes.
Tomás de la Torre Lendínez