Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará sed –dice el Señor (Jn 6,35).
En el discurso de la sinagoga de Cafarnaúm al que pertenece este versículo que sirve de antífona de comunión, se dicen dos cosas de ese pan que es Jesús. Es el pan bajado del cielo y es el pan de vida.

Nosotros no podemos subir hasta el cielo, es el Hijo el que se nos acerca, es el pan bajado del cielo. Pero no como el del tiempo del éxodo, que quien lo comía moría, sino que éste da vida eterna (cf. Jn 6).

Mas no solamente es que venga, sino que también atrae. La vida divina que el hombre no puede alcanzar por sí mismo, cuando se acerca, no se impone, sino que atrae de modo singular. No lo hace arrastrando, sino haciendo que podamos ir libremente hacia ese pan de eternidad. Viene para que podamos lo que no podíamos: ir hacia Él.

El que responde a esa atracción y se acerca no pasa ya ese hambre de divinidad que todo el hombre tiene y solamente Dios puede saciar. Pero, al acercarnos al pan de vida divina bajado del cielo, lo hacemos al hontanar del divinoPneuma, a esa fuente que es su costado abierto. El que cree en Él, no pasa sed porque Cristo es el donador del Espíritu. Y ese costado es también el manantial de su sangre, verdadera bebida.

Y tanto ese ir al pan como el creer es un hacia (pisteuon eis eme-credit in me). Recordemos que nuestro "creer en" no tiene detrás un in con ablativo, sino con acusativo. La vida de fe es dinámica, es direccional, es hacia. El pan baja y lo primero que nos dona es un hacia de fe y hacia Él caminamos para comulgar.

[La otra antífona de comunión la tenéis comentada AQUÍ]