Hemos celebrado el día de Santiago. Estamos celebrando el Año Santo Jubilar en la Catedral de Santiago de Compostela. El primer Año Jubilar fue establecido por el Papa Calixto II el año 1126. Los últimos han sido 1993, 1999, 2004 y el actual. El próximo será en 2021, o sea, dentro de once años. Los jubileos, ya se sabe, son especiales momentos convocados por la Iglesia para acoger la gracia de Dios, tras un ejercicio de conversión interior.
Verdaderamente podemos afirmar que la Catedral de Santiago brilla estos dias como un auténtico foco de luz, como el faro que ilumina a los barcos que se encuentran cercanos a la costa.
En Santiago, el foco alumbra en todas las direcciones, como todos los faros. Y tambien alumbra hacia Europa, tan necesitada de luces que iluminen las sombras que la dominan. Mientras en el Viejo Continente -y en España- no faltan noticias que nos traen presagios de borrasca y tempestades, en Santiago se contemplan otros horizontes, como aquellos que vislumbrara Juan Pablo II durante su visita en 1982, cuando lanzó su grito lleno de amor: "Europa, vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes".
Tales raíces estaban bien cerca del Papa, bajo el altar mayor de aquella catedral, en la tumba del Apóstol Patrono de España, a la que no han dejado de peregrinar, desde su hallazgo en los umbrales del siglo IX, las gentes de todos los lugares del viejo continente, aun de los más lejanos, buscando fortalecer el don precioso de la fe en Jesucristo, la fe que hizo "gloriosa tu historia -añadió con claridad meridiana Juan Pablo II- y benéfica tu presencia en los demás continentes".
Y junto a los bellísimos mensajes evangélicos, la silueta de los peregrinos realizando y viviendo el Camino de Santiago.
El camino es aprendizaje, es descubrimiento. Es toma de contacto con otras personas, con otras culturas. El camino es contacto vivo con el paisaje, con la realidad, bajo un firmamento inmenso y universal. "No hay caminos maravillosos sino caminantes maravillados", nos decía el poeta. Y es cierto. Somos nosotros los que vamos transformando nuestra figura, y acaso tambien nuestras ideas y sentimientos, mientras avanzamos hacia la meta, sorteando obstáculos, cubriendo jornadas de sol y lluvia, empapándonos de agua o de sudor, pero con la mirada puesta en la meta final.
Los peregrinos de los años santos accedían a la Catedral compostelana por la puerta del perdón, la puerta del año santo, y tras orar, recibir los sacramentos y abrazar al Apóstol, salían del templo en gracia de Dios y transformados por la puerta de la Gloria. Ojalá, hoy como antaño, la misteriosa solidaridad entre los caminantes -algo que sólo pueden entender los peregrinos-, nos mande de regreso a un mundo perdido, donde hombres y mujeres que no se conocían, forjen eternos pactos de amistad bajo la bóveda celeste.