Una de las figuras más controvertidas en el panorama de la historia eclesiástica contemporánea es la del venerado Papa Pablo VI. Lo cual no es decir mucho, pues figuras controvertidas ha habido muchas, algunos ya en los altares, como el Padre Pío de Pietrelcina, que fue muy discutido en vida y un gran santo a la vez, y otros, todo lo contrario, como Camilo Torres, también discutido y de triste recuerdo. Por tanto, lo de controvertido aplicado a Pablo VI es un constatación histórica, sin ninguna otra connotación.
Aparte de eso, el que escribe este artículo se declara convencido de la santidad del Papa Montini, cuyo proceso de Canonización va adelante y, si bien no se ha llegado al final -previsiblemente durará mucho, viendo como van las cosas con Pío XII y como fueron con Pío IX- y ciertamente no hay que adelantarse al juicio de , obviamente no faltaba “fumus iuris” cuando empezó el proceso. La lista de personalidades eclesiásticas que pidieron su Canonización… “niente male”, que dicen los italianos. Pero bueno, el tema es opinable.
Y como el postconcilio fue como fue, de lo que no hay duda es de lo mucho que sufrió Pablo VI. Que se rodease de algún colaborador menos acertado, o que los colaboradores fueran acertados pero se dejaron embaucar, o que no se dejaran embaucar pero que la cosa se les fuera de las manos, sea lo que fuera, pocos Papas contemporáneos han dicho cosas tan amargas refiriéndose a la situación de : “¿Cómo se ha podido llegar a esta situación?” -Preguntaba algunos años después de la clausura del Concilio- “Se creía que, después del Concilio, el sol habría brillado sobre la historia de en lugar del sol, han aparecido las nubes, la tempestad, las tinieblas, la incertidumbre.” Mal debía ver la cosa el Pontífice cuando añadía: “Una potencia hostil ha intervenido.”
Palabras que si se quiere se pueden considerar anecdóticas, esto es, proferidas en algún momento de especial preocupación, seguramente tuvo otros momentos más alegres y esperanzadores. Pero la realidad es que no fueron tan anecdóticas, pues se repitieron de un modo o de otro en diversas ocasiones y le dieron al Papa la fama que tuvo de taciturno y preocupado. Sobre esto se ha escrito mucho, no hace falta abundar en el tema…
Algunos no ocultan su animadversión hacia él desde el tradicionalismo, quizás no les falte razón pues muy tradicional no era, ni por formación ni por su historia personal. Entre los que no le pueden ver los hay realmente extremosos, pero no faltan los del extremo contrario: Los que le admiran por motivos que no se sostienen, ya que se han hecho una imagen de él que se la han formado ellos pero que no parece corresponder con la realidad. Cierto progresío teológico patrio y extranjero, y otros que no son notos teólogos pero que escriben aquí y allí, ensalzan sobremanera a Pablo VI, le contraponen a los Papas posteriores y le presentan como un cripto-progre que no pudo hacer más cosas según “el espíritu del Concilio” porque fuerzas conservadoras no se lo permitieron. A veces, aprovechan el recuerdo de este gran Papa para arrimar el ascua a su propia sardina y hacen un flaco servicio a su recuerdo.
Me refiero, como ejemplo, a un artículo reciente en una página muy conocida de información religiosa digital de alguien que cifra su autoridad cognoscitiva en haber trabajado in illo tempore en el Vaticano e insinúa poco menos que Pablo VI veía con buenos ojos el sacerdocio de las mujeres, así como en su día venía a insinuar que también acarició la posibilidad de los curas casados. El que lo afirma no fue secretario personal de Montini ni comía con el cada sábado. Se ve que tampoco participó en la elaboración de la “sacerdotales coelibatus”, por ejemplo, ignoro si lo hizo en otros documentos.
No está mal que los teólogos avanzados le tengan devoción a Pablo VI, otros se la tenemos y no somos tan avanzados (ni somos teólogos). Ojalá todos imitásemos las virtudes del Papa Montini y nos empapásemos de sus escritos. Pero, por favor, que aquellos que ven que se les ha pasado el arroz teológico porque ya no se llevan sus teorías, que no le usen como bandera de sus opiniones o de sus frustraciones personales.