“El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos". (Mt 20, 27-28).       
 
 
La escena de los dos hermanos Zebedeos, acompañados por su madre, pugnando por convertirse en los primeros en el entorno de Cristo es una fotografía de la realidad humana. Es el pecado de la ambición, al cual son tentados incluso los más grandes. Sin embargo, Jesús no se enfadó con aquellos dos apóstoles, tan queridos por Él. Al contrario, les invitó a que transformaran su ambición en la búsqueda de lo que de verdad importa: ser los primeros en el amor, ser los primeros en amar. Y ellos lo hicieron.
En esta solemnidad de Santiago Apóstol que, por caer en domingo, hace del presente año “Año Santo Compostelano”, tenemos que recordar el comportamiento del patrono de España una vez que hubo aprendido la lección que le diera Jesús. Efectivamente, él como su hermano Juan, se convirtieron en dos de los más queridos apóstoles del Maestro, hasta el punto de estar con el Señor en el Tabor –acompañados sólo por Pedro- y de que Jesús confiara su Madre al más pequeño de los dos hermanos, a Juan. Santiago, por su parte, fue el primero en partir para cumplir el mandato de Cristo de evangelizar hasta “el fin de la tierra” y también fue el primero en dar la vida por el Señor, sufriendo martirio bajo Herodes. Imitemos, pues, a los Zebedeos en la prontitud y la radicalidad con que sirvieron a Cristo. Por agradecimiento y no por ambición. Porque el Señor se lo merece y no para recibir aplausos. El verdadero premio es ver feliz a quien tanto amamos, a quien tanto nos ama.