Y desde 1890 hasta la fecha (Estampa, 13 de enero de 1934), Monfarracinos no conoce otro párroco que don Rafael. ¡Cuarenta años en el mismo pueblo! Desde que era un mozo hace siempre la misma vida. A las ocho de la mañana, entra en la iglesia, dice su misa y corre a la casa parroquial para tomar con buen apetito un gran tazón de café con leche. Por la tarde da un largo paseo, que le aleja a veces a muchos kilómetros.
Don Rafael ha dicho diez y ocho mil doscientas cincuenta (18.250) misas durante su dilatada vida, de las cuales, catorce mil seiscientas (14.600) en Monfarracinos. Todo el pueblo le quiere y le respeta. Lo mismo le llaman a una casa para que administre los Santos Sacramentos, que para consultarle sobre el reuma del abuelo. Los niños corren hacia él cuando lo ven avanzar, a grandes zancadas, por cualquier calleja del pueblo, y saltar, con la sotana arremangada, sobre el barro removido por las ruedas de los carros.
- ¡SI LLEGO A HACER CASO A LOS MÉDICOS!…
En la iglesia hay arrodilladas unas mujeres vestidas de negro. Junto a cada una de ellas arden varios cirios. Hace un frío tal en este pueblo campesino, que el agua bendita tiene ribetes de hielo.
Terminada la misa, don Rafael camina hacia su casa.
- ¡Qué heladas!, murmura, ¡vaya invierno!
Aprieta el paso. El pueblo está aún envuelto en la niebla y el día se abre paso difícilmente entre tanto obstáculo. Al fin, llegamos a la casa parroquial. Una mujer, al oír abrir la puerta sale de la cocina gritando:
-Pase usted, don Rafael, que aquí puede calentarse las manos.
- ¿Y el brasero?
-También está el brasero. Y el desayuno…
Don Rafael sonríe.
-Este, me dice, es el único momento en que siento un poco los años. Durante la misa, las manos y los pies se me quedan helados. Pero luego, con un buen paseo, ya estoy otra vez ágil, como si tuviera treinta años.
A los setenta y seis años, el párroco de Monfarracinos parece un hombre de cincuenta bien conservado.
- ¿Cuál es su secreto de juventud?, le pregunto.
- ¡Qué se yo!, me contesta. Tal vez el no hacer caso a los médicos, el no seguir ningún régimen de comidas… Además, tal vez la buena salud sea hereditaria, porque mi padre murió a los noventa y cuatro años.