Acaba de anunciar su separación. Y, aunque la falta de caridad me empujaría a decirle alguna que otra verdad en tono irónico, prefiero decirle lo que sinceramente creo: Que lo siento mucho por usted, por su mujer y por sus hijas.
Una separación es un fracaso personal de primer orden. Algo que no afecta sólo a los cónyuges, sino también a los hijos (especialmente), y a los abuelos, a los tíos y a toda la familia política. Igual que las familias de los cónyuges emparentan entre sí con un enlace, también sufren la ruptura como si fuese propia. Que por algo la familia y el matrimonio son una institución social.
Nadie en su sano juicio se casa para divorciarse. Luego, por más que se quiera maquillar de mal menor, (ha sido de mutuo acuerdo, de forma amistosa...) es un palo del que uno no sale como si nada hubiese pasado.
Yo acabo de casarme, y si lo he hecho es para pasar toda mi vida junto a mi esposa. Para llegar con ella de la mano al Cielo. Porque la quiero. Porque me quiere. Porque no concebimos la vida el uno sin el otro. Porque tengo la certeza de que existe el amor para toda la vida, y no el amor hasta que dure.
Mi matrimonio, como base de mi familia, es el mayor proyecto de mi existencia, aquel al que voy a consagrar mi vida. Podré cambiar de trabajo, de lugar de residencia, de ocupación profesional..., pero nunca volveré a estar soltero. Y como quiero ser fiel a mi vocación, no puedo dejar de empeñarme en hacer feliz a mi mujer, en intentar darle lo mejor de mí mismo, en priorizarla a ella (y a mis hijos, si Dios me los concede) por encima de mis planes. Y no puedo (no podemos) dejar de formarnos y de cuidar nuestro amor para que podamos superar cada bache que surja en el camino.
Si quieren ser felices de verdad y llegar a viejos con el alma tranquila, con el corazón sereno por haber amado más al otro que a uno mismo, no se engañen, no se mientan, no se pongan excusas, no opten por el camino más fácil. Luche señor Bono. Luche, señora de Bono. Luchen por su matrimonio. Merece la pena.
José Antonio Méndez