Desde las primeras denuncias de abusos en 2010 y las sanciones contra el sacerdote Fernando Karadima culminadas con su reciente reducción al estado laical, hasta la explosión del caso del obispo Juan Barros tras la visita de Francisco y la dimisión colectiva de todo su episcopado, la Iglesia en Chile ha vivido una situación de permanente crisis.
En la parroquia de San Francisco de Sales en Vitacura (Santiago de Chile), esa crisis fue examinada el pasado 6 de septiembre bajo el título De la crisis a la esperanza, en un conversatorio que moderó Julio Pozo, director de la agencia Areópago Comunicaciones, y en el que participaron: el sacerdote Francisco Javier Astaburuaga, con larga experiencia en el acompañamiento a víctimas de abuso; María Elena Pimstein, abogada y profesora de Derecho Canónico; Eugenio de la Fuente, párroco de Nuestra Señora De La Medalla Milagrosa en Quinta Normal (Santiago de Chile); y Josefina Martínez, psicóloga miembro del Consejo Nacional de Prevención de Abusos y Acompañamiento a las Víctimas, organismo de la conferencia episcopal. (Ver abajo el vídeo completo de sus intervenciones.)
El padre Astaburuaga (minuto 1:10) señaló que si “queremos reinventar la Iglesia” tras esta crisis, hay que partir de la idea del Pueblo de Dios como “comunión y participación” tal como lo define el Concilio Vaticano II. Si la misión de la Iglesia, dijo, es “acoger, escuchar y acompañar según las bienaventuranzas y las obras de misericordia”, hay un “problema grave en la Iglesia chilena” porque “se ha dejado de acoger, se ha dejado de escuchar y se ha dejado de acompañar”.
Tras denunciar como causas “el clericalismo y la psicología de élite”, afirmó que “el que quiera transformar la Iglesia tiene que hacerlo desde dentro” y “hacerse cargo de los dolores, de los agobios, de los sufrimientos”: “Hay que asumir el problema, reconocerlo, decir que nos equivocamos”. “He acompañado durante veinte años a víctimas”, concluyó: “Acoger, escuchar y acompañar es fundamental para hacer Iglesia”.
La profesora Pimstein (minuto 14:11) hizo una aproximación al problema de “los abusos de poder, de conciencia y sexuales” desde la perspectiva del Derecho Canónico, cuya finalidad última, recordó “es la salvación de las almas”. No es un puro ordenamiento en el fuero externo: “Las normas canónicas obligan en conciencia para una conciencia recta que tiene el imperativo de buscar la verdad”. Abordó una cuestión espinosa respecto a las denuncias. El derecho chileno no establece la “obligación de denunciar de la autoridad eclesiástica respecto a los delitos que conoce”, a diferencia de médicos, profesores o algunos funcionarios, que sí la tienen.
En este sentido, se mostró partidaria de “un cambio legal y que sí haya obligación de denunciar” también para los párrocos u obispos que conozcan un delito. Señaló que muchas de las víctimas, cuando denuncian, lo hacen para evitar que el victimario cause nuevos daños, pero piden que no se investigue o una estricta confidencialidad. “El ordenamiento canónico obliga a investigar cuando hay noticia verosímil de un delito”, añadió: “Debe investigar los hechos, las circunstancias y la eventual imputabilidad de su autor”. Sin embargo, el tipo penal en el derecho canónico (“pecados contra el sexto mandamiento”) es mucho más genérico que los diez tipos penales relacionados con abuso sexual que existen en el derecho civil.
De izquierda a derecha: Josefina Martínez, Eugenio de la Fuente, María Elena Pimstein y Francisco Javier Astaburuaga.
El padre Fuente (minuto 29:35) afirmó al inicio de su intervención que fue durante 19 años víctima de “abuso de conciencia” por parte de Fernando Karadima, y que hablaba no solo como sacerdote sino en su condición de víctima, para transmitir los sentimientos de las víctimas. “Tienen que aguantar un dolor indecible muy solas”, se les ha infligido “una herida muy profunda en el alma” y sin embargo “no se experimenta la compasión del resto de la Iglesia”. Ante esto, consideró imprescindible una “doble toma de conciencia”. En primer lugar, tomar “contemplar profundamente el daño que como Iglesia hemos causado en una cultura de abuso y encubrimiento”, y “no seguir la dinámica de cuidar la imagen de la Iglesia, que no se sepa mucho…”
Llegó a hablar de “un campo de concentración de Auschwitz invisible en el seno de la Iglesia”, y pidió “que de este tremendo hoyo negro e dolor, de tragedia que hemos provocado como institución surja auténticamente una indignación profunda”. Esa sería la segunda toma de conciencia, la indignación: “Si no nos indignamos, no nos vamos a comprometer de verdad”. Hay que convertirse, “de verdad mirar a Cristo” y llevar a cabo “un ejercicio de la autoridad diferente: jamás impositiva, ni manipuladora, ni que utilice privilegios”. Señaló asimismo que “un gran hoyo negro de la formación sacerdotal es la afectividad”. Por lo que “un ejercicio del poder muy incorrecto y una afectividad muy mal formada han producido una combinación mortal”.
La última intervención corrió a cargo de la psicóloga Josefina Martínez (minuto 48:40), quien comenzó preguntándose, comparando lo sucedido en 2010 respecto a lo sucedido en 2018: “¿Por qué será que no nos hace entrar en crisis el dolor de las víctimas y sí nos hace entrar en crisis la golpeada credibilidad de la Iglesia?”. Desde esta perspectiva, saludó la actual crisis porque “nos está haciendo remover conciencias”. Antes “se minimizó el sufrimiento de las víctimas… Como Iglesia no hemos sabido responder… Hemos fallado en estar al lado de las víctimas”.
Y es que, denunció, “para que haya un abusador tiene que haber una cultura y un contexto que permita que un abusador actúe”. Apuntó, como en intervenciones anteriores, al “autoritarismo” y la “manipulación de conciencias” como favorecedores de un “laicado infantilizado” que no protesta y no denuncia. De ahí que también reclamara “indignación”, cuya etimología común con “dignidad” quiso destacar: para las víctimas, y para toda la Iglesia, “la indignación tiene que ver con empezar a recuperar la dignidad”.