Ricardo Abengózar es médico y profesor en la Universidad Francisco de Vitoria (UFV) de Madrid. Padre de seis hijos, hace unos años viajó a Perú y descubrió cómo la misión cambiaba su vida y la de toda su familia. Seducido por aquella experiencia transformadora, hoy lleva a grupos de alumnos cada año a encontrarse cara a cara con la providencia.
La aventura de Ricardo comenzó en el año 2015 de una forma "providencial y no planificada" de colaborar con la delegación de misiones de la diócesis de Toledo, que es donde vive. Él y su familia tuvieron la oportunidad de ir a Perú, a la diócesis de Lurín, muy cerca de Lima. "Es una zona muy pobre, con mucha población que ha venido a instalarse desde la sierra y desde la selva donde hay unas carencias tremendas", comenta a El Rosario de las 11.
Un antes y un después
Ricardo, junto a su mujer y a sus seis hijos se plantaron en aquella zona, en un lugar que se llama la Asociación de las Bienaventuranzas. "Es un lugar que está dirigido por un sacerdote peruano, el padre Omar Sánchez y allí acoge a personas con algún tipo de discapacidad", explica.
"Aquella experiencia con mis hijos y mi mujer fue transformadora, fue algo que no nos imaginábamos. Somos testigos de que la providencia actúa cada día, en cada momento. Es una tontería hacer planes porque los planes de quien está ahí arriba superan con creces el mejor plan que te puedas hacer en el mejor de tus sueños", relata Ricardo.
Tras el viaje, se produce un antes y un después para toda la familia. "Nos dejó muy marcados. Yo que, además de ver a pacientes, soy profesor en la universidad planteé que, si esto había sido tan bueno para mis hijos y para mi familia, por qué no lo iba a ser para los alumnos de la universidad y para los profesores", recuerda.
"Fuimos evangelizados"
Sin embargo, aquella propuesta quedó ahí. "Era un viaje difícil de hacer, pero teníamos claro que si era de Dios, saldría. Nos pusimos a rezar y en 2019 se organizó, con 25 alumnos. Fue increíble, nadie se lo imaginaba. La idea era ir a trabajar, pero con un toque más espiritual. La gente se volvió con las maletas vacías de cosas, porque lo regalaron todo, pero con el corazón lleno de Dios", asegura.
Durante aquellos días que estuvieron en Perú, la vida de los muchachos iba a cambiar. "No fuimos a evangelizar, pero sí que fuimos evangelizados. En el grupo había, incluso, gente atea, y recuerdo procesos clarísimos de conversión. Personas que decían que no podía ser que Dios no existiera, si lo estaban viendo cada día. Allí comprobamos cómo había gente de la Iglesia en la periferia de la periferia, donde no llega ni el Ejército", comenta.
Estos jóvenes se habían encontrado con algo muy superior a ellos. "Lo que allí vivieron fue impactante para estos chicos, que venían de una sociedad rica, muchos de ellos, alejados de la Iglesia. Se volvieron con la certeza de haber tocado a Dios, de haberle dado de comer, cambiado los pañales... Aquello generó un regusto muy bonito y queríamos seguir con estos viajes, pero llegó la pandemia, y no pudimos", explica Ricardo.
Milagros cotidianos
Este año pudieron por fin volver a Perú y la experiencia ha sido de nuevo enriquecedora. "Cuando alguien encuentra un tesoro, le sale solo compartirlo: estando de fiesta, en clase, cuando se van a repartir bocadillos a la calle... Todo desde una alegría inmensa que no se puede explicar con palabras. Han sido conscientes de que Dios existe, de que ocurren milagros, de que Él está en el día a día", relata.
Pero, si de algo fueron testigos los jóvenes, y particularmente Ricardo, fue de la acción de la providencia. "En un centro en el que cuidaban niños, encontré a una monja argentina -que había sido dentista, con mucho dinero- que me pidió que atendiera a unos chavales que tenían asma. Les fui prescribiendo medicinas, pero me di cuenta de que igual no había nada de lo que yo escribía. Se lo dije a la monja, y ella me dijo que, si yo pensaba que era la medicación correcta, aparecería", comenta Ricardo.
Lo sorprende ocurrió al día siguiente, cuando Ricardo visitaba una clínica cercana. "Me estaban enseñando las instalaciones, y llegamos a la farmacia, que tenía dos puertas. En una había, básicamente, plantas medicinales, y delante de la otra había dos palés, que estaban estorbando. Les pregunté que qué era aquello y me dijeron que no sabían, pero que nadie lo quería. Miré dentro y era lo mismo que les había recetado a los chavales el día anterior. ¡A mí que me lo expliquen!", confiesa.
La Nutella y la "caja dorada"
Pero, aquellas intervenciones de la providencia se iban a suceder más veces. "Nosotros íbamos todos los días a la parroquia, a un comedor. Un día, antes de llegar, me dijo mi mujer que si me había dado cuenta de que los niños no comían fruta. Bajamos del autobús, compramos fruta y, a punto de entrar en la asociación, llegaron dos señoras muy elegantes. El marido de una de ellas era el mayor importador y exportador de frutas del Perú. Querían ayudar al comedor, llevándoles fruta periódicamente", afirma.
Pero, sin duda, el episodio más impactante tuvo como protagonista a una chica italiana que pasaba unos días recuperándose de sus adiciones en una casa que tenían unas monjas. "Esta chica no creía en Dios, y las hermanas le dijeron que tenía que acoplarse al horario de la casa. Pero, la muchacha, les dijo que eso de la capilla no le gustaba mucho, que las había visto arrodilladas ante una caja dorada...", comenta.
La respuesta de la hermana sorprendería a todos. "La religiosa le comentó a la chica que aquello dorado era Dios, y que allí las cosas funcionaban porque rezaban ante Él. Y, le preguntó a la muchacha, que si le gustaría tener algo que no tenía. La chica, con muy mala uva, le dijo que quería un bote de Nutella. La monja le contestó que si eso era lo que deseaba que se metiera en la capilla y lo pidiera. A la media hora, tocaron la puerta, estaba lloviendo, y era un señor que se había quedado atascado con su camión y necesitaba regalar la mercancía. Era un camión cargado de Nutella", afirma.
El más interesado
Para Ricardo, lo que se vive estando cerca de Dios es difícil de explicar. "En el primer viaje, la Universidad me exigía un plan de viaje, yo les hice uno, pero tenía la seguridad absoluta de que no iba a salir nada de lo que figuraba. Allí, uno se da cuenta de que cada día tiene su propio afán. Hay que estar con la oreja puesta en el Jefe, que Él te marca el camino del día. Solo tienes que pensar si dices 'sí' o si dices 'no', si antepones tu plan o su plan. Cuando renuncias a tu plan, el gozo es indescriptible", relata.
La experiencia de Ricardo en Perú ha sido algo que le ha marcado para siempre. "Dios es el más interesado en que tu digas 'sí', este no es nuestro negocio, es el suyo. A pesar de que nos equivocamos, Él nos vuelve a acoger. Nuestra responsabilidad es decir 'sí' a esa búsqueda que hace Dios de ti. Lo que ocurre después de ese 'sí', no te lo puedes imaginar. Los chavales no querían venirse a España, y comían arroz y pollo todos los días", explica.
Aquí puedes ver el testimonio completo de Ricardo Abengózar.
Ricardo también pudo comprobar la gran labor que realiza la Iglesia en el mundo entero. "Estando allí, hice un viaje a la selva, a visitar a un obispo español. Para ir a celebrar misa tenía que ir en 4x4, luego en barca durante 20 horas y luego en burra. Los misioneros están tocados por algo muy especial. Sin medios, acogiendo siempre a todo el mundo, a los creyentes y los que no, a los que abortan y a los que no...", concluye.