Brasil es uno de los países que más duramente están sufriendo la pandemia de coronavirus tras acumular en estos momentos más de 118.000 muertos. Con respecto la incidencia del virus en la Iglesia son más de 447 los sacerdotes diocesanos los contagiados, y 22 los fallecidos. Sin embargo, no se conoce la cifra de contagios y muertes en los religiosos de las distintas congregaciones por lo que el número total puede ser bastante más alto.

La Comisión Nacional de Presbíteros (NCP) ha facilitado estos datos recogidos desde marzo. Tal y como recalca su presidente, el padre José Adelson da Silva Rodrigues, estos datos tan sólo reflejan a los sacerdotes diocesanos.

Brasil es el país con mayor número de católicos del mundo y tiene aproximadamente 27.500 sacerdotes, de los que unos 18.000 serían diocesanos. El resto quedaría repartido entre las distintas órdenes religiosas.

“Durante meses no celebramos misas y muchas actividades se interrumpieron. Pero el trabajo parroquial nunca se ha detenido y la pandemia nos obligó a intensificar las operaciones de asistencia social. Mucha gente busca que abramos su corazón y no podemos decirles que no”, dijo Rodrigues.

"Estamos muy expuestos"

“Tenemos una gran responsabilidad con nuestra gente. Por ello, estamos muy expuestos”, explica a Crux este sacerdote. Por otro lado, el contagio masivo de la comunidad en el país hace imposible que la mayoría de los sacerdotes sepan cómo fueron infectados. Ese es el caso del padre Mauricio Fornaciari, quien dio positivo por COVID-19 a principios de julio.

“Había estado usando mascarilla, desinfectantes para manos todo el día y celebrando para un número reducido de asistentes. Había dejado de visitar a los enfermos. No sé cómo me infecté”, ha afirmado. Dos de sus compañeros de la diócesis también desarrollaron la enfermedad.

Al principio, Fornaciari afirma que sentía dolores por todo el cuerpo por lo que pensó que podría ser el dengue, un problema endémico en Brasil. “Afortunadamente no tuve los peores síntomas, aunque soy diabético.  La parte más difícil es el aislamiento completo durante dos semanas”, ha confesado.

Por su parte, el padre Francisco Alves de Lima de Santa Isabel do Rio Negro, en el estado de Amazonas, tampoco sabe cómo se enfermó. El virus tardó meses en llegar a la ciudad, ubicada en una lejana región forestal.

“Habíamos estado siguiendo todos los protocolos municipales sobre distanciamiento social. Dimos las bendiciones de Pascua a las personas desde un automóvil, por ejemplo”, le dijo a Crux .

Pero De Lima y sus colegas siguieron celebrando funerales e incluso pequeñas misas de réquiem para tres o cuatro familiares con un permiso especial del gobierno de la ciudad. “Es un signo de caridad. Es muy triste decirle adiós a un familiar sin poder tocar a nadie”, dijo.

"Volvería a hacer todas estas cosas"

Para el padre Orlando Tito Filho de Cáceres, en el estado de Mato Grosso, la lección más importante sobre el COVID-19 es la prevención. Hospitalizado durante 20 días, cinco de ellos en la UCI, este sacerdote llegó a pensar  que no superaría la infección.

“Alrededor del 80 por ciento de mis pulmones se habían visto afectados por el virus. Sentía un gran dolor, tenía fiebre, temblores... Es algo muy doloroso”, ha asegurado este religioso..

Ante el deterioro de su situación, Tito Filho tuvo que ser trasladado a dos clínicas distintas en Cáceres y finalmente a un hospital en Cuiabá, la capital del estado. Desde el comienzo de la pandemia, había estado activo en brindar apoyo a la comunidad, distribuir kits de alimentos a las familias pobres, administrar la unción de los enfermos y celebrar los funerales de las víctimas del COVID-19. “Probablemente así es como me contagié, pero no me arrepiento. Volvería a hacer todas esas cosas”, indicó.