El navarro Simón Azpíroz es sacerdote misionero de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios en Quito. Fue también misionero en Bolivia y Cuba. Por su conocimiento como misionero en Hispanoamérica durante 12 años puede declarar que "además del coronavirus está el hambrevirus".
En el albergue de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios hay capacidad para unas 60 personas, ademas de los hermanos de la congregación, pero con las normas del confinamiento han tenido que seleccionar las 20 "más vulnerables" y con menos recursos y cerrar las puertas del albergue.
Ecuador es uno de los países más golpeados por la pandemia en Hispanoamérica, especialmente en la zona de Guayaquil, que concentra la mitad de los casos, según explica el misionero.
"Fue un caos", así lo califica el misionero navarro, que relata cómo "colapsó el sistema sanitario y las familias tenían miedo de salir", además de "miedo al contagio" si tenían en sus casas a los difuntos, por lo que algunas personas "sacaron los muertos a la calle".
Azpiroz trata de aportar su granito compartiendo aquellos alimentos que les llegan al albergue "con personas del barrio y otras instituciones que lo necesitan".
El misionero recuerda que el hambre sigue dañando y matando. El Programa Mundial de Alimentos de la ONU ha calculado que crisis del coronavirus hará que se doble el número de personas con hambre en el mundo, alcanzando los 265 millones de personas.
Para Azpiroz, el papel fundamental de la Iglesia es aportar esperanza en la desesperación. Anima a que en esta crisis "cada casa y cada familia sea una iglesia" y que se puedan "reunir para rezar" y lanzar un mensaje de consuelo. El misionero telefonea cada día a su madre en Pamplona, que "ahora está sin salir y es viuda".
Cree que las semanas de confinamiento deberían servir como una "oportunidad de conocernos a nosotros mismos, de reflexionar, de crecer y de madurar", pues está convencido de que "saldremos fortalecidos", más humanos y más conscientes de que "Dios no nos va a abandonar".