El 18 de febrero de 2014, miles de personas arroparon a Leopoldo López el día en el que el líder político de la oposición venezolana se entregaba a las autoridades chavistas para entrar en prisión. ¿El motivo? Participar en en movilizaciones pacíficas contra Nicolás Maduro. Su estancia de 3 años y medio en Ramo Verde fue una pesadilla. Durante semanas permaneció en una celda de 2x2 metros en aislamiento absoluto, y tan solo le permitían salir entre las 4:30 y las 6:00 de la madrugada.
La quiebra psicológica es una consecuencia directa en la mayoría de estos regímenes penitenciarios. No fue el caso de López: los ejercicios espirituales de San Ignacio le mantuvieron firme y esperanzado hasta su salida de prisión. Ahora habla con José María Ballester Esquivias en Alfa y Omega sobre su gran apoyo durante estos años: la fe católica.
Tal y como explica en la entrevista en este semanario, que por su interés les ofreceremos íntegra a continuación, "cuando hay un momento de necesidad o de temor, se reza con mayor intensidad, pero para mí la cárcel fue el inicio de una etapa espiritualmente distinta".
-¿De conversión?
-No diría de conversión. Lo planteo de forma más humilde, en el sentido de mayor profundidad e introspección, y, sobre todo, de mayor búsqueda de sentido de la oración, de la que se habla mucho, pero creo que se conoce poco: no es lo mismo ir a la Iglesia, comulgar, rezar unos padrenuestros, pedir por las necesidades o arrepentirse de las cosas que hemos hecho mal durante los últimos días, meses o años que buscar en la oración un proceso de comunicación. Es un proceso en el que al final conversas contigo mismo, pero en el que planteas la intermediación de Dios. En la medida en que uno se adentra en la oración, encuentra más sentido a ese proceso. Eso es lo que encontré en ese periodo que me tocó en la cárcel.
-Y gracias a san Ignacio y sus ejercicios. ¿Por qué el santo de Loyola?
-Primero, había leído mucho sobre la experiencia en la cárcel de muchas personas: de Mandela, del cardenal François-Xavier Nguyen Van Thuan, de Luther King y de otros. Por eso sabía que el tema de la oración esta siempre allí presente.
- Volvamos a san Ignacio.
- A lo largo de mi formación como creyente estudié con sacerdotes jesuitas en la universidad. De hecho, comencé un doctorado en Teología en Harvard, que después no continué. Y tenía siempre el tema de la curiosidad por los ejercicios espirituales. Y también había un dato histórico. Me llamaban mucho la atención tres cosas de la figura de san Ignacio. La primera es su condición de fundador de los jesuitas, por cuya labor y trabajo social siento mucha admiración. La segunda, su vida inicial de guerrero, la de un soldado que fue herido, lo que le llevó a un momento de introspección en las cuevas y el proceso que tuvo en Pamplona. Y lo tercero, que fue el referente de la Contrarreforma; un cambio de paradigma en el que el protestantismo estaba desafiando con una visión muy atractiva: la intermediación directa con Dios, sin necesidad de Iglesia ni sacerdote para interpretar la Biblia o tener una conversación directa. En ese contexto, san Ignacio se convierte en la figura dentro de la Iglesia católica que plantea un esquema de introspección y de oración que, de alguna manera, propone un itinerario de comunicación directa sin por ello cuestionar la estructura de la Iglesia. Eso es lo que me llamó la atención de san Ignacio.
-Sus ejercicios espirituales están previstos para un mes. En su caso fueron años.
-Fueron años. Yo no los pude hacer estrictamente como están planteados. Al principio de mi estancia en la cárcel tuve que luchar para que me dejaran ir a Misa porque no me permitían salir de la celda. Al final logré que me dejaran ir, con custodia –nunca podía ir solo– a un banco reservado, con dos funcionarios de inteligencia a cada lado. Pero pude tener contacto con un sacerdote y le pedí ayuda.
-¿Cómo le ayudó?
-Tuve con él tres o cuatro sesiones, me consiguió un libro. Los ejercicios requieren la mediación de un sacerdote porque tienen mucha conversación. Eso lo hice parcialmente, pero aquel libro me sirvió de guía. Creo que son ejercicios muy interesantes porque comienzan haciendo una retrospectiva de lo que ha sido tu vida espiritual. Recuerdo el primer ejercicio, que indicaba hacer un diagrama donde en el eje de la y se pone la intensidad espiritual y en el de la x, el tiempo. De ahí sale el momento de mayor intensidad espiritual desde que se tiene uso de razón.
-¿Cuál fue el suyo?
- Por supuesto, para mí fue el de mi Primera Comunión. Te das cuenta cómo la relación espiritual tiene sus picos y sus valles. Haces como la película de tu vida. Como tenía mucho tiempo, fue un proceso profundo y de mucha ayuda. Luego hay una serie de ejercicios que se hacen. Imagina que estás rezando y que te proyectas hacia arriba. Ves como un mapa, te ven, está la gente que quieres. Empiezas a tener una relación con el entorno y con los lugares, que te va focalizando. Una ayuda para saber plantear la oración.
-Y recordó lo que le dijo un sacerdote amigo suyo…
- Sí, Carlos Torra, un párroco de Chacao, municipio del que yo fui alcalde. Me dijo que la gente rezaba por tres razones: por el temor, por la necesidad o por el agradecimiento. Y la más profunda es el agradecimiento. Por eso tomé la decisión de rezar y plantear los ejercicios desde el agradecimiento.
- Hasta la detención, tuvo una vida más o menos estable.
- Soy una persona que ha tenido mucha suerte en el sentido de que crecí con mis dos padres, que siguen vivos; tengo a mis hermanas, recibí educación y oportunidades; decidí entrar en política por vocación, lo cual es una bendición… Por eso la adversidad de la cárcel se puede vivir desde el agradecimiento. Por el momento y la prueba que me había tocado pasar.
-Así las cosas, ¿cómo le ayudaron los ejercicios a mantener la moral alta? El machaque psicológico que padeció fue constante. ¿Con la fe?
-La fe puede ser un abstracto en el sentido de propósito. Pero hay varias oraciones en los ejercicios en las que pides a Dios que te guíe con los propósitos que tiene para ti. Si uno asume eso con humildad…
-El hecho de humillarse ante Dios.
-Ayuda mucho. No lo entendí hasta que pasé por este trance. No es fácil.
-Otro de los propósitos de los ejercicios, según una web especializada, es «romper las ataduras que nos impiden ser verdaderamente libres». ¿Para usted suena a sarcasmo?
-Es que al final del día se pone en contexto lo que significa la palabra libertad. Yo no sabía qué era la libertad hasta que estuve preso. La entendí estando preso en una celda de dos metros por tres, con candado, durante una semana, dos, tres, dos meses, tres meses, un año, dos años, tres años… Ahí entendí lo que era la libertad por no tenerla. Pero de igual manera se entiende que la libertad tiene otra dimensión y no solo la del desplazamiento físico.
-Se refiere a la libertad de espíritu.
-En la cárcel, y lo digo con sinceridad, siempre me sentí libre. Por eso titulé mi libro Preso, pero libre. No es lo mismo estar preso por cometer un delito que implica arrepentimiento –esa es la idea de la cárcel– que por unas ideas políticas. Y cuando se está preso por unas ideas en las que crees profundamente, se convierte en un proceso de reivindicación de esas ideas. Estar tranquilo con la idea de sacrificarse –no sin esperar nada a cambio–, eso es otra cosa de la que aprendí mucho.
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-Otro propósito de los ejercicios consiste en descubrir el rostro de Dios. ¿Lo descubrió?
-Sí. Tuve momentos de intensidad espiritual, siendo el más importante mi huelga de hambre de 28 días: solicitaba la convocatoria de unas elecciones parlamentarias que luego ganamos. Evidentemente el ayuno también debe de tener algún tipo de impacto fisiológico en el cuerpo. Pero para mí fueron momentos de muy intensa espiritualidad que intenté mantener después de salir de la cárcel. No es lo mismo. La vida es larga y tiene distintas etapas. Lo importante es que uno esté preparado…
… ¿para entregar su alma a Dios?
Sí, sí. Y con humildad.
-San Ignacio también citaba entre los propósitos de los ejercicios los de «examinar la conciencia y disponer el alma para quitar las afecciones desordenadas como los apegos y los egoísmos». ¿Se pueden erradicar los apegos y los egoísmos en la oposición venezolana? En Europa, de modo especial en ámbitos políticos, produce algo de hartazgo e irritación la división que impera en los grupos opositores a los regímenes como el venezolano o el cubano.
-Sin duda. Primero, el tema unitario no es un tema sencillo. Por supuesto que para poder construirlo hay que estar dispuesto a los desapegos en todos los sentidos. Es decir, la posición que uno tiene no es necesariamente la que pueda salir. Y muchas veces la mejor posición no es la que tenga la mejor argumentación, sino la que tenga mayor consenso. Uno tiene que entender eso en algunos momentos. Y creo que ayuda.
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-De la oposición al clero. ¿Cómo valora papel de la Conferencia Episcopal durante estos años?
-La Conferencia Episcopal, y la Iglesia en general, ha asumido un desafío gigantesco de mantenerse como un vínculo con la gente más necesitada. Las circunstancias los han llevado a multiplicar su capacidad de ayuda en las parroquias. Ha habido casos extraordinarios de trabajos sociales, con parroquias que entregan miles de almuerzos diarios.
¿Y en relación con la dictadura?
Una posición de denuncia respecto de lo que significa la dictadura en todas sus dimensiones, pero centrada en lo que son las violaciones a los derechos humanos con una actitud muy firme. La Iglesia ha sido una luz de guía. La situación requiere referentes morales que hablen claro y que puedan traducir la complejidad de la política y lo puedan valientemente presentar ante todos los creyentes durante las Misas y los eventos, como se ha venido haciendo.
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¿Qué pasó con la talla de la Virgen de Coromoto, patrona de Caracas, que su mujer le llevó a la cárcel?
La tenemos en la casa de Caracas. En Madrid tenemos otra talla, la de una virgen de mucha devoción en Venezuela: la Divina Pastora. Es la que más devoción suscita después de la de Guadalupe.
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