Carlos Ruiz, misionero del Movimiento Cultural Cristiano en Venezuela ejerce actualmente como párroco allí por lo que conoce a la perfección la situación de violencia e inestabilidad que se vive en un país que clama paz y tranquilidad. En una carta, este sacerdote cuenta su testimonio desde allí:
Con demasiada frecuencia escucho este grito desgarrador: «¡Me han matado a mi hijo!». En 14 años he enterrado en la parroquia a 546 personas asesinadas, casi todas jóvenes. Venezuela cerró 2016 con más de 30.000 homicidios; ya hemos superado la tasa de 100 asesinatos por cada 100.000 habitantes al año. Hace tres lustros el número de asesinatos era seis veces menor, también inaceptable.
En Venezuela se está desarrollando una verdadera guerra civil inducida para enfrentar a pobres contra pobres: son el 98 % de las víctimas. Interesa destruir la fuerza de los débiles, tenerlos sometidos y divididos para seguir utilizándolos como mano de obra esclava y ciudadanos atemorizados. Si se quisiera, se podría acabar con esta violencia en un cortísimo plazo de tiempo. Pero no conviene.
Sin embargo, el Cordero inmolado ya ha vencido a estas bestias y a su amo, a pesar de que sigan dando coletazos de muerte. El Cordero sigue encabezando su Reino irrefrenable a través de los pobres y humildes convocados a su banquete de bodas, como las madres de la Fundación por la Dignidad Sagrada de la Persona. Mujeres a las que la violencia provocada les ha arrebatado hijos, esposos o hermanos. Todos ellos únicos. En torno a la Eucaristía, inspiradas en el testimonio de lucha de tantos militantes cristianos, ellas viven su duelo convirtiendo el dolor en virtud, como cantaba Rovirosa.
De ellas he aprendido que el dolor es el arma más poderosa del mundo junto a su hermano gemelo el amor. Pero, es un arma de doble filo: o te destruye o te redime. Estas mujeres fuertes quieren redimir con su dolor compartido y transformado en acción permanente. Todos los meses salen a las calles de esta ciudad, la quinta más violenta del mundo, a gritar en silencio que todos tenemos dignidad sagrada, también los asesinos. Gritan con su vida asociada que los victimarios, sobre todo los que se esconden en el anonimato de sus cargos y honores, serán juzgados por el Cordero inmolado. Plantan cruces en la plaza pública, una por cada hermano asesinado anualmente. En 2016 fueron 736 personas, 736 cruces.
Ellas nos enseñan que la historia no es como nos la manipulan, que el cambio de puestos que proclamó en el magníficat aquella otra mujer a la que también asesinaron su Hijo único es real y nos va a poner a todos en su sitio. María es la primera afiliada de la Fundación por la Dignidad Sagrada de la Persona.