Corría 2004 y los indígenas se encontraban en medio de una confrontación armada que no era propia: la guerrilla y los paramilitares se disputaban el poder territorial en el macizo intertropical.
“Si ustedes tienen derecho a comer… ¿por qué los demás no?”, interpeló la religiosa a los paramilitares cuando, bruscamente, quisieron impedirle que llevara el mercado a su destino.
“Mátenme, porque solo así me detendrán”, añadió la sexagenaria religiosa cucuteña. Entonces siguió su marcha ante la mirada de los integrantes del grupo armado ilegal.
Poblado de indígenas kogui en las montañas de La Guajira, en Colombia
Fue ese uno de los encontronazos que la misionera perteneciente a la congregación de la Madre Laura tuvo con paramilitares y guerrilleros que se movían en la Sierra Nevada entre 2004 y 2005. Hoy, 14 años después, la paz es absoluta.
Para esa época otras religiosas la acompañaban en su labor educativa y de orientación a favor de los kogui. Ellas eran Judith Sepúlveda, de Medellín; Herminia Pinilla, de Bogotá, y la hermana Leonor Poveda, quien trabaja en Uribia.
Sor Élcida también recuerda otra situación de mayor riesgo que sucedió en 2005 cuando guerrilleros y paramilitares se enfrentaron cerca al predio donde está el colegio.
Dice que ese día cuando se escucharon los primeros disparos, decidió formar a los niños y adultos koguis que estaban en el centro educativo y los encerró en el comedor, donde funciona la parte administrativa del plantel.
Recuerda que fue una refriega de minutos, pero para nosotros fue eterno. “Al cabo de unos minutos pudimos salir sanos y salvos”, rememora.
También asegura que los grupos armados quisieron desterrarlas a ella y a sus misioneras diciéndoles que no eran indígenas y que su presencia en el territorio estorbaba.
Con el temple que la caracteriza les dijo que les daba mucha pena, pero que no se iban. “Estamos aquí en las buenas y en las malas y si hay que morir, pues entonces nos morimos”, les respondió.
Tanto sor Élcida como los indígenas koguis que habitan esta zona de la Sierra Nevada coinciden en que desde 2006, con la presencia del Ejército en el macizo luego de la desmovilización paramilitar y la persecución de la guerrilla, las cosas empezaron a cambiar. “Cuando los soldados llegaron vino la paz”, anota.
Hoy siguen contando con el apoyo de las Fuerzas Militares en seguridad y otras acciones sociales, pues su helicóptero es una ambulancia que evacúa enfermos hacia los centros asistenciales de mayor complejidad en las ciudades.
Por eso hoy la hermana Élcida Jerez sostiene: “Valió la pena pararse firme ante los enemigos de la paz”.
La religiosa afirma que si ayer se enfrentó a los grupos armados ilegales para defender la tranquilidad de los niños koguis, hoy hace lo mismo pero ante los entes gubernamentales que tienen injerencia en aspectos como la educación y la salud. A estos les exige el cumplimiento de sus deberes constitucionales a favor de las minorías.
Cuestiona, por ejemplo, el giro de los aportes por transferencias y que no haya un mayor apoyo de la Secretaría de Educación de La Guajira. “Hace tres años el entonces secretario, Alfredo Ospina, vino y prometió material didáctico y computadores, pero quedó en eso… solo promesas”, comenta. Reconoce que el único gobernador que los ha visitado fue José Luis González, en 2005.
Pidió un médico y una enfermera permanente para el puesto de salud. Dijo que la desnutrición y la tuberculosis son males que golpean.
Élcida Jerez acepta que Pueblo Viejo está retirado, prácticamente aislado, pero asegura que “cuanto más lejos estemos, mayor será la presencia de Dios”.
El trabajo misional lo comparte con las también monjas Octavié, Sara Usa y la indígena wayuu Norma Epiayú. El colegio cuenta con 234 alumnos, es bilingüe (lengua materna y español) y sus niveles van desde el preescolar hasta el grado décimo.
Tiene 13 maestros, de los cuales 8 son nativos y el resto licenciados. El colegio requiere laboratorios de química y física, los cuales son requisito para poder abrir el grado 11 y poder entregar pronto bachilleres graduados. Allí estudian koguis de asentamientos aledaños como Bunkanezhaka, Nubizhaka, Santa Rosa, San Miguel, San Antonio, San Francisco y Bongá. Su sostenimiento es, en gran parte, por el apoyo de la Diócesis de Riohacha.