Francisco alabó en la misa en Holguín el papel de las "casas de misión" en Cuba, espacios que, como no se pueden construir iglesias sin autorización del gobierno, sirven para paliar la escasez de templos y sacerdotes y permiten a mucha gente tener un espacio de expresión de la fe.
Detrás de estas "casas de misión" en la provincia de Holguín, trabajaron varios sacerdotes argentinos. Uno de ellos es Adrián Santarelli, que vino a misionar a Cuba hace 20 años y que en Holguín, junto a los padres Jorge Jara y Marcos Pirán, de la diócesis de San Isidro, concelebró misa junto a Francisco.
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"Yo quería irme a África y el entonces obispo de San Isidro Jorge Casaretto, en un encuentro en Venezuela, conoció al obispo de Holguín, que le pidió sacerdotes. Era 1990 y Holguín era una diócesis que tenía dos millones de habitantes y 11 sacerdotes. Ante esa realidad, Casaretto me propuso venir acá para abrir una misión permanente. Y fue así que en 1995 nos animamos a venir cuatro sacerdotes y encontramos una necesidad imperiosa", contó a LA NACION el padre Santarelli, de 57 años.
Entonces, era un momento muy difícil para Cuba.
"Nos dieron la parroquia de San José, en la ciudad, y el obispo nos dijo: «Miren, acá no hay nada en los barrios, hagan lo que puedan». Y bueno, junto a otros misioneros que fueron llegando se fue diseñando esto de las casas de misión. Nosotros estábamos acostumbrados, porque en Buenos Aires trabajábamos en las periferias. Entonces, el tema era llegar a un barrio y ver cómo se contactaba con la gente. Yo salía con la bicicleta, muchas veces venía el Comité de Defensa de la Revolución y nos presionaba, porque no les gustaba esto de que los sacerdotes se metieran en las periferias. Pero yo decía, ¿para qué nos habían dado las visas si no podíamos trabajar con los pobres?", agregó.
Al padre Santarelli -que después de 20 años en Holguín está por volver a Buenos Aires, donde está al frente de la Comunidad Belén (www.comunidadbelen.org)- entonces lo consideraban peligroso. Le prohibían visitar gente, reunirse con más de diez personas, y sólo podía celebrar misa cada tanto.
"Yo era sospechoso por caminar en el barrio, me llamaban los del Comité de Defensa de la Revolución y me decían: «Padre, me llaman la atención a mí, no venga»", contó.
A partir de la visita de Juan Pablo II, en 1998, las cosas mejoraron. Aunque falta mucho. Santarelli destacó que la Iglesia Católica nunca rompió relaciones con el gobierno y siempre trató de buscar un camino de encuentro que la llevó a vivir una gran contradicción.
"Porque por un lado la Iglesia sabía que si el gobierno no le daba permiso para nada el profetismo de esta Iglesia era muy pobre, porque contaban con muy poca gente y la mayoría, personas mayores. Por otro lado, la Iglesia nunca quiso hacer una contrarrevolución, nunca tuvo esa opción, siempre dijo que acá hay un pueblo que tiene que ser protagonista y la Iglesia dentro de ese pueblo pone su pensamiento, pero no es el obispo ni los sacerdotes los que tienen que hacer una contrarrevolución. Siempre se buscó tratar de salvar lo mejor de la revolución para poder convivir y vivir un profetismo desde adentro", concluyó.