Jairo Alberto Correa tenía ocho años cuando las AUC asesinaron a su papá en la Sierra Nevada colombiana. Hoy es uno de los 50 seminaristas que se preparan en el Seminario Mayor San José, de Santa Marta.
Cuando a Jairo Alberto Correa los paramilitares le asesinaron a su padre en la Sierra Nevada de Santa Marta tenía 8 años y es poco lo que recuerda de ese triste episodio.
A medida que fue creciendo la historia se la fueron contando, pero en vez de engendrarle odio y rencor, lo que habitaba en su corazón era un infinito deseo de perdonar.
Ese sentimiento fue la primera señal de que quizás su llegada al mundo había sido para sembrar la semilla de la paz, para regar amor y generar espacios de convivencia.
Así pues, aún adolescente, descubrió que su vocación era extender la palabra de Dios, que el camino que le mostraba la vida era el de la fe y que sencillamente había nacido para ser sacerdote.
Confiesa que también soñó con ser futbolista, un deporte que lo apasiona y más cuando juega el equipo de sus amores: El Deportivo Cali.
El cuarto entre cinco hermanos nacidos en el hogar de Jairo Correa e Isabel López, le enseñaron que el respeto purifica el alma y que además es la base del entendimiento.
Jairo y su familia se desplazaron a Santa Marta en busca de mejores horizontes. Tras culminar el bachillerato fue aceptado en el Seminario Mayor San José, convencido que no abandonará la carrera religiosa, pues el hecho de haber indultado a Carlos Tijeras - el paramilitar que le mató a su padre - era el inicio de una misión pastoral.
Hoy cursa el primer ciclo de filosofía, equivalente al segundo año de la carrera sacerdotal.
Jairo es de los que consideran que perdonar alivia el espíritu y que solamente aquel que dispensa una ofensa sabe amar.
Su familia, como víctimas de la violencia, no ha sido reparada por el Estado, aunque hay un proceso que se encuentra vigente.
La historia de este joven de 21 años, es una de las 49 más que se tejen en el Seminario Mayor San José en donde se evidencia que la vocación religiosa está viva entre los jóvenes del Magdalena, que la fe aumenta y el deseo de extender la palabra de Dios crece.
Hoy, en ese claustro de la Diócesis de Santa Marta, 50 muchachos caminan rumbo al sacerdocio. El número se ha incrementado en los últimos cinco años y ha permitido consolidarlo como uno de los de mayor importancia en todo el territorio colombiano
Según su rector, Fernando González, hay algo interesante, y es que al tiempo que la cifra de estudiantes sube, el porcentaje de deserciones baja.
Los guarismos dicen, por ejemplo, que en los últimos 5 años se pasó de 30 estudiantes a 50, con un porcentaje de abandono del 63 al 30 por ciento, aproximadamente.
Del total de seminaristas vigentes, cinco están en el año pastoral, cumpliendo su labor religiosa en la zona del río, al lado de los sacerdotes de las parroquias.
El padre Fernando González retomó las palabras de Su Santidad Francisco, expresando que “la vocación es siempre una iniciativa de Dios”. Y añadió, “nace en la oración y de la oración”.
Cuando el seminario abrió sus puertas en 1992 comenzaron a aparecer las vocaciones, especialmente entre los muchachos de los pueblos del Magdalena, pero estas se acentuaron a partir del 2003 cuando el trabajo formativo fue completo.
“Ya no tenían que irse para Barranquilla o La Ceja, Antioquia para finalizar la carrera, sino que se quedaban aquí, en su propia tierra”, anotó el clérigo.
En efecto, desde 2003, se logró cumplir con el curriculum total, o sea, el año propedéutico o de enseñanza previa para acometer el conocimiento: los tres años de filosofía y los cuatro de teología, incluyendo el año pastoral.
Algunos tocaron por su cuenta las puertas del Seminario; otros, fueron encontrados por la pastoral social, bajo la coordinación del padre Mario González, quien con su equipo de trabajo viaja a los lugares más recónditos del departamento haciendo encuentros y congresos, ubicando a los que tienen la vocación.
En ese espacio se da el primer paso del futuro sacerdote, pues durante un tiempo se trabaja con el postulante para establecer si en realidad lo suyo es corazón y sentimiento, o quizás porque ha sentido la necesidad de buscar a Dios ante un fracaso emocional, por ignorancia o por cualquier otra cosa distinta a la naturaleza del sentir religioso.
Otra historia de fe. Jorge Luis Martínez Echeverría ya está en el escalón número 7 de la carrera sacerdotal (le falta uno). Tiene 28 años y es oriundo de Fundación, Magdalena. Llegó al Seminario porque sintió que Dios lo llamó para servirle a los hermanos, para que su reino sea extendido por toda la tierra.
Nació en un hogar católico y estudió en La Sagrada Familia. A los 12 años era monaguillo de la iglesia de su tierra y fue allí en donde contempló la posibilidad de ser cura, a imagen de su párroco, monseñor Dairo Navarro.
Luego se vino para Santa Marta y conoció al padre Alexander Grecco, quien junto con el padre Mario González lo fueron guiando en el discernimiento pastoral.
Pero lo más duro fue que sus compañeros en la Universidad del Magdalena lo entendieran en su decisión. Estudiaba antropología –según sostiene– “una carrera con una formación casi contraria a la fe… bastante de izquierda”.
“Cuando dije que iba a ser sacerdote, me tildaron de loco”, precisó.
Jorge al igual Jairo, son ejemplos de que la fe, a propósito de la Semana Santa, se mantiene intacta entre muchos magdalenenses.
Jesús Orozco, párroco en el barrio Cristo Rey, es oriundo de Salamina. Su vocación brotó del ejemplo que le dieron desde niño en su parroquia. “Me enamoré del sacerdocio al ver el testimonio de los curas que trabajaron en mi pueblo”, comentó.
Monseñor Dairo Navarro es oriundo de Tenerife, Magdalena y es el líder espiritual de los habitantes de Fundación.