A la hermana Julia Cantú, madre superiora del convento de las Religiosas de la Cruz del Sagrado Corazón, Cristo se le apareció en el momento preciso. Lo hizo en forma de talla, de reliquia guardada bajo llave por mandato de un sacerdote que advirtió hace ya unos años a las monjas que en los tiempos que corren ni los crucifijos están a salvo de los robos en los conventos.
Desde entonces, aquella obra de arte tallada en marfil de los siglos XVI y XVII y de origen indoportugués estaba guardada en una capilla de la congregación donde no entraba nadie. Así hasta que un día la hermana entendió que aquella obra de arte sería la que evitaría que se cerrara el convento.
Y es que la madre superiora, angustiada por las importantes deudas que su congregación tenía tras tener que afrontar importantes obras de mantenimiento, tuvo que tomar la decisión más importante de su vida religiosa: o vendía el crucifijo o cerraba el convento.
No era una decisión fácil, pero como explica a El Mundo Guillermo Garza, dueño de la casa de Subastas Gimau, en la ciudad mexicana de Monterrey, la hermana tuvo que convertirse en torera. "Tendrá usted que torear con los que la criticarán y los que la alabarán por tomar la decisión de vender el Cristo", le advirtió.
La madre superiora pidió primero opinión a las 16 monjas con las que comparte vida religiosa y "luego fue también a pedir consejo de la hermana superiora de San Luis de Potosí, mandamás de todos los conventos de la zona", cuenta Garza. Tras evaluar la gravedad de la situación financiera decidieron que había que vender el Cristo para salvar la congregación. "Tenemos que pagar el mantenimiento diario de las bombas y la instalación eléctrica y del resto del inmueble. La primera fase de las obras que hicimos, que costaron 234.000 pesos (14.000 euros), las pagamos con donativos, pero para la segunda fase ya no tenemos dinero", explicaban las monjas.
Sin embargo la decisión tenía, cosas del destino, un carácter también personal para la madre superiora. La Hermana Julia resulta ser sobrina de María Guzmán de Gutiérrez, la mujer que en 1958 compró la figura en la casa de antigüedades La Granja, en Ciudad de México, para cuatro años después donarla al convento. Décadas después, con la tía ya fallecida, es la sobrina la encargada de velar por aquel lugar que tanto amó su familiar. "Ella pensó que su tía hubiera estado de acuerdo con la decisión y recordaba de era una mujer tan generosa que vendía sus pendientes para ayudar a la congregación", relatan en la Casa de Subastas Gimau.
"Es entonces cuando la hermana Julia, a través de un amigo común, llega a mí para pedir asesoramiento. Me dice que tiene ya cuatro personas interesadas en comprar la antigüedad y yo le expliqué que si la subastamos podríamos tener 30 y sacar algo más de dinero", cuenta un Garza que al entender la gran necesidad y urgencia de las monjas decidió adelantarles un dinero para que pudieran ir tapando agujeros. "Prefiero no pedir más dinero, ya tenemos gente que nos ayudan con donaciones, pero no llega", explicaba la madre superiora.
El convento, de hecho, se financia con las ayudas de algunos feligreses y con la venta de hostias sagradas y rompope, una bebida de licor de huevo que hacen las monjas. También ofrecen las instalaciones para retiros y otras actividades. Pero no llega, no llega, se dice la hermana Julia que mantiene que no quiere mendigar más dinero. "La última concesión de Sor Julia fue la de contar la historia, hacerla pública. Yo le dije que era mejor explicar de dónde salía la venta". Fue una acertada decisión ya que varios medios locales se interesan por los hechos, lo que le ha servido también para hacer públicas sus necesidades y conseguir algunas ayudas, y captar mayor atención de compradores para el momento de la subasta.
Finalmente la Casa Gimau anunció para el pasado 29 de enero que la talla sería puesta en venta. "Antes de empezar la subasta ya teníamos tres ofertas que superaban el valor de salida de 70.000 pesos (4.200 euros )", explica Garza. Finalmente la pieza se vendió por 130.000 pesos (7.750 euros). "La compró un señor en la sala que nada más adquirir la obra se marchó", recuerdan los Garza que han tenido la generosidad de ayudar a las endeudas monjas donándoles todo el dinero y no cobrando su parte proporcional de la venta.
La congregación, mientras, podrá acometer las obras que le permitan a las hermanas seguir rezando, elaborando sus hostias, rompope y dando más que nunca gracias a aquel Cristo redentor que estaba guardado como un tesoro en una de las salas oscuras de su deteriorado convento.