La Archidiócesis de Monterrey está exultante con la próxima ordenación sacerdotal que se llevará a cabo y que alimentará de jóvenes sacerdotes toda esta zona de México. En total serán 11 los que se ordenen. Sin embargo, sólo serán 10 los que lo hagan en la basílica de Guadalupe de Monterrey el próximo 15 de agosto.
El restante, Gabriel Everardo, será Dios mediante ya sacerdote en ese momento, pues ha recibido el permiso del arzobispo, monseñor Rogelio Cabrera, para ser ordenado el 27 de julio en el interior de una prisión, concretamente en la famosa cárcel del Topo Chico.
Pandillero metido en problemas
Será la primera vez que un joven de Monterrey se ordene en una cárcel, aunque todo tiene su sentido. Este joven fue en el pasado un pandillero que acabó precisamente preso en esta cárcel. Fue ahí donde tuvo su primer encuentro con Cristo, donde descubrió que el amor existe. Y por ello, ahora quiere volver a ese primer amor para ser sacerdote. Y el obispo se lo ha concedido.
Gabriel Everardo creció en la colonia Granja Sanitaria, hoy conocida como Valle Santa Lucía en Monterrey, una de las zonas más violentas de la región, con gran presencia de pandilleros y tráfico de drogas.
En este ambiente creció y se mezcló el todavía diácono. En un vídeo difundido por la propia Archidiócesis de Monterrey, este joven cuenta que “como muchos jóvenes de ese sector, era pandillero, me metía en pleitos, ahí fui creciendo también en ese ambiente”.
En la cárcel tuvo su primer encuentro con Dios
Así fue como se metió en una espiral de violencia que le acabó llevando preso a la cárcel que ahora verá su ordenación. No estuvo mucho tiempo, apenas seis días, pero bastaron para que Dios le mostrase un nuevo camino para su vida.
“Ahí fue donde puede tener mi encuentro con Dios”, asegura el futuro sacerdote, recordando que uno de los aspectos que más le llamó la atención del breve tiempo que pasó en este centro penitenciario “fue que los hermanos internos realizaron conmigo lo que ahora conozco como obras de misericordia”.
De este modo, cita por ejemplo “el poder compartir una cobija, el poder cuidarme para que no me junte con gente que me puede hacer también daño ahí dentro. El darme unas monedas para comprar unos desechables para poder comer”. Todo esto es lo que experimentó dentro y que le permitió ver que la vida era mucho más que las pandillas o la violencia.
Llegó a ser misionero durante un año
Su proceso de conversión, que se inició en el interior de la cárcel, le llevó a una rica vida de fe a través de distintos grupos parroquiales y retiros. Incluso llegó a estar durante todo un año como misionero en la localidad de Mina, en el estado mexicano de Nuevo León.
La inquietud de este joven le acabó llevando al seminario, y desde el seminario, Darío Torres Rodríguez, encargado de comunicación, recuerda que Gabriel ha estado diez años formándose para ser sacerdote y que durante todo este tiempo “no compartía abiertamente su experiencia salvo que alguien le preguntara, pero se mostraba orgulloso de su proceso y daba testimonio de ello”.
"Nos invita a ponernos las pilas"
Ya como seminarista, Gabriel no ha olvidado de dónde viene y le sacó Dios. Por ello, ha participado activamente en la pastoral penitenciaria en las distintas cárceles que abarca el territorio de la Archidiócesis. Igualmente, ha dedicado mucho tiempo a los niños con cáncer.
“La historia de Gabriel ha impactado tanto a los seminaristas como a toda la comunidad. Nos invita a que nos pongamos las pilas”, concluye el representante del seminario.
Él tiene clara una cosa, lo que le ha llevado a realizar esta inusual petición: “La inquietud de querer ordenarme en el penal ha habitado en mí por ese gran amor que me mostró Dios en el momento más adverso de mi vida”.