El cardenal argentino Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, presidió el viernes 28 de febrero la misa de clausura de la plenaria de la Comisión Pontificia para América Latina, en la que aseguró que una constante de la historia cristiana es la persecución y la cruz que en este mundo y en este tiempo de la Iglesia toca a muchos de sus hijos”.
“Es la entrega de la propia vida en medio de la violencia y del desprecio de los valores de la dignidad de la persona humana, de los ataques a personas, a símbolos y a lugares sagrados de nuestra fe que han tenido por consecuencia no solamente el secuestro sino también el asesinato y la muerte de obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas”, subrayó.
Tras recordar a los muchos mártires, sobre todo en Medio Oriente, dijo que el nexo de esa realidad con América Latina es “la sangre de Cristo, que ahora vemos derramada en la persona de nuestros hermanos, víctimas de persecución, del terrorismo en general, y del terrorismo de estado en particular, de la violencia irracional y de la del narcotráfico en particular o víctimas por ser fieles a la opción preferencial por los pobres”.
“Prescindiendo del número abultado de obispos y sacerdotes, religiosos y religiosas y hombres y mujeres que en nuestro continente han perdido la vida como discípulos de Cristo (es suficiente recordar que en el 2013 han sido asesinados en América Latina 15 sacerdotes), quisiera conmemorar a tres pastores concretos, desde luego sin anticiparme al juicio de la Iglesia y sin dar a las palabras ‘martirio’ y ‘mártir’ una significación canónica y teológica y evitando cualquier interpretación política”, dijo.
El cardenal Sandri se refirió puntualmente:
- al cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, arzobispo de Guadalajara, México, asesinado el 24 de mayo 1993;
- al arzobispo Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, El Salvador, asesinado el 24 de marzo 1980,
- y al obispo Enrique Angelelli, de La Rioja, Argentina, muerto el 4 de agosto 1976, en “un sospechoso accidente de auto y en un contexto de valentía del obispo”.
“A la luz de la Palabra de Dios y de los numerosos testigos que nos han precedido, podemos entretejer con el hilo rojo de la sangre de los mártires, la historia común de nuestra América con las Iglesias Orientales: Es Cristo Crucificado quien conecta, con un paralelismo sorprendente, ambas porciones del Pueblo de Dios. La del Pueblo de Dios en América Latina, que Aparecida convoca para ser discípulos y misioneros y la del Oriente cristiano, convocado, después del Sínodo especial para el Medio Oriente, a la comunión y al testimonio”, concluyó.