Sucedió el martes en Anápolis, una ciudad de más de trescientos mil habitantes en el estado brasileño de Goiás. Una cámara de seguridad cercana grabó el accidente.
Increíblemente, el niño se levantó en el acto y acudió a socorrer a su abuela, que momentáneamente quedó en el suelo. Atendidos luego en el hospital, apenas les encontraron alguna magulladura y erosiones en la piel. A Joao Pedro le dieron el alta esa misma noche, y a Wilma, en la mañana del miércoles.
"Fue un milagro", afirma la mujer, de 59 años. "Vi que no tenía escapatoria, me acordé de Dios y le pedí ayuda. La mano de Dios nos salvó", confiesa a la televisión desde su parroquia, la iglesia del Divino Padre Eterno, a donde acudió junto a Joao Pedro a dar gracias y hacer una oración.
Incluso en el centro donde curaron sus heridas consideran inexplicable lo sucedido. "Nosotros lo consideramos un milagro de Dios", cuenta Valéria Carneiro, enfermera jefe: "Un accidente tan grave, y ellos llegaron aquí y apenas presentaban pequeñas excoriaciones".
Las imágenes permiten apreciar que, además del violento golpe, al niño le pasan por encima las ruedas trasera y delantera derechas, y a su abuela la delantera. Sólo el Cristo al que rezaban sobre el altar de su parroquia sabe exactamente por qué no les causó la muerte.